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Mostrando entradas de julio, 2013

Portada del libro sobre La Rueda

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Portada del libro de La Rueda , próximo a aparecer, por María Stella Perafán S in muchas vacilaciones he elegido esta portada para el libro que ya está en paciente diagramación por Jairo Troppa en Temuco, Chile. Podría haber sido alguna del maestro Augusto Rivera que ilustró La Rueda 3 o alguna de  Walter Tello,  Sin embargo, elegí, sin demerecer a los demás generosos ilustradores de los siete números de la revista, la ilustración de  María Stella Perafán que en esa época era una muchacha vital, estudiante de artes que acompañó al grupo  en sus aventuras y desventuras. La mujer de la imagen, intangible y dulce que se apoya en una vieja cama colonial y que mira soñadora al posible lector del libro de La Rueda,  da la sensación de invitación a pasar por las páginas rescatadas de los poemas y relatos que estarán en el libro .

Un poema de Martín Acosta, Chillán, Chile

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Ven, cuerpo heredero y robusto, ven eficiente, ven claro y sin miedo, copiloto de mis ganas ven y vayamos de una vez por todas a escalar esta montaña de sucesos que nos esperan y claman; ven y no te muevas ni un segundo de mi. Imitémonos y seamos el mono mayor el uno del otro. Acompáñame que sin ti simplemente no puedo. Estoy con toda la disposición de mis nervios, estoy con toda la amplitud de mis poros  recibiéndote, mis huesos firmes confabulando a nuestro favor, la sangre como cascada convergiendo el embudo que canaliza este impulso, ven que te necesito de principio a fin. Hagamos un pacto y dejémonos ser. Dame un poco más de auspicio como hasta ahora. Dame calcio, dame tejidos, dame la densidad cruda de las partículas, que sin ti no soy nada, que sin ti simplemente  no hay ninguna cabida. Ven y no te muevas de donde estás. De su libro Euforia Marín Acosta, Chillán, Chile, 1989.

Queremos tanto a Hilda. Un recuerdo de Oscar Sacanamboy de los tiempos de La Rueda

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QUEREMOS TANTO A HILDA. LOS AMORES EN LOS TIEMPOS DE LA RUEDA Oscar Sakanamboy S í, es ella, Hilda: la bella y enigmática poetisa de los años de La Rueda. ¿Qué será de su vida? La recuerdo en las reuniones del grupo, leyendo sus poemas cortos y sus cuentos intimistas. Recuerdo también su risa, su acento, su caminar cadencioso y seductor. Ella en sí, respiraba poesía. Era la diosa, la encarnación misma del poema. Había en el taller otras mujeres. Igual de jóvenes y atractivas; algunas tenían dueño. Pero sólo tenía ojos para ella. Sentía un placer infinito al sentarme en un banco, lo más cerca posible para observarla detenidamente, sentir su respiración, su aliento, sus miradas furtivas. La veía lejana e inalcanzable, y eso me producía un profundo desgarramiento interior. Cuando ella llegaba a las tertulias en la Casa de la Cultura, una grande y espaciosa casona colonial, frente al Teatro Municipal, que fungía en esa época como sede del grupo; la veía llegar sola, e