Nostalgia de la revista Arcadia
Nostalgia de Arcadia: ¿Quién contará nuestra cultura?
Mario Delgado-Noguera
Por un momento, la cultura colombiana tuvo un refugio, un espacio de amplia difusión que consistía en crónica y ensayo, en opinión y diálogo. Una revista cultural como pocas, Arcadia que dependía del grupo editorial Semana. Desde sus páginas, un país herido y complejo intentó mirarse en el espejo sin temor, con la esperanza de comprenderse. Hoy, su ausencia es un vacío que duele y mortifica, un espacio perdido donde debería hallarse el rumbo de la memoria, el patrimonio, los libros y la palabra.
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Portada de Arcadia, 20 de octubre 2017. reportaje a Feliza Burstzyn |
He repasado números de Arcadia que coleccionaba, he mirado sus editoriales, he reconocido a sus editores desde su fundadora Marianne Ponsford hasta el actual ministro de Cultura, Juan David Correa, me he recreado en las columnas cortas de Antonio Caballero cuando diseccionaba sin misericordia una foto del acontecer nacional como la miseria de la Guajira, o del internacional, cuando hace una nota sobre Ortega y Rosario, en el devenir dictatorial en Nicaragua.
Arcadia no solo informaba, transformaba. Era un motor para el cambio. Su estructura era un viaje por el mapa de la cultura colombiana y universal. En cada edición, la portada invitaba al lector a explorar un tema principal, siempre relevante y conectado con los debates del momento. Había una sección de literatura que daba voz a las nuevos autores y autoras, y otra de arte que capturaba la riqueza de una nación creativa. La música tenía su espacio, así como el cine, con análisis que ayudaban a interpretar las historias que veíamos en pantalla. Era un faro que iluminaba los rincones diversos de nuestra cultura y política, todo con el rigor de columnas de opinión imprescindibles que eran como el corazón de la revista. Desde la afilada ironía de Antonio Caballero, siempre mordaz, siempre imprescindible, diseccionando una imagen, hasta las reflexiones precisas de Marta Ruiz y el análisis punzante de Sandra Borda, la revista ofrecía una diversidad que pocas publicaciones podían igualar. Estaban también Andrea Mejía con su aguda sensibilidad, Carolina Sanín con su provocadora inteligencia, Nicolás Morales con su mirada crítica a veces superficial. Era un coro diverso que no temía al disenso ni al debate. La sección de reseñas de libros se destacaba Mauricio Sáenz; sus recomendaciones daban en el blanco.
Pero Arcadia no murió de causas naturales. Su desaparición tuvo un propósito deliberado debido a la compra del conglomerado Semana por el grupo Gilinski , cuya revista del mismo nombre alguna vez fue sinónimo de buen periodismo. Deliberado pues la corporación, lejos del debate, transformó a sus publicaciones en una plataforma al servicio de intereses económicos y políticos. La venta del grupo editorial Semana marcó un antes y un después en el panorama mediático colombiano. Lo que alguna vez fue un espacio plural de noticias y opinión se convirtió en un altavoz, en un ruido incesante donde anidan la banalidad y las fake news.
En una entrevista de 2021 a Marianne Ponsford, quien creo con su equipo la revista en 2005, afirma que las razones para el cierre no fueron económicas pues los resultados eran estables y positivos en las suscripciones, sino que dada la “precariedad intelectual” de los nuevos dueños, “el cierre de Arcadia fue un acto político y de censura, "Publicaciones Semana quiere constituirse como una marca asociada a la derecha del país, siguiendo el modelo del panfletario Fox News norteamericano. Para ello, debe prescindir de la mayoría de los empleados no alineados ideológicamente con ese objetivo.". En 2020 todo el equipo editorial fue suspendido. Los suscriptores a la revista impresa quedamos a la espera del próximo número que nos debían y que nunca se entregó; luego nos dijeron que solo subsistiría la edición digital. El grupo aún está en deuda con sus suscriptores.
Con Semana como ariete de una agenda que prioriza los réditos económicos sobre la cultura y la verdad, y con una figura como Vicky Dávila dirigiendo su vocería desde una postura abiertamente de derecha, no había cabida para la memoria, el arte ni los contenidos culturales que presentaba Arcadia. El nuevo enfoque, orientado más a incitar a la polarización que a la reflexión, sepultó la revista cultural y dejó huérfanos a los lectores que encontraban en sus páginas una forma de mover la memoria en un país que casi no conoce su historia.
Arcadia era un espacio para las ideas, esas que no solo se escriben, sino que se confrontan y que incomodan. Su sección de novedades literarias era el punto de partida para cualquier amante de los libros que quisiera estar al tanto de lo que el mundo editorial ofrecía. Pero más que una vitrina, Arcadia era una conversación abierta, una carta de amor (y a veces de reclamo) al arte y a la cultura.
En su ausencia, lo que quedó es un vacío preocupante. Sin Arcadia, el panorama cultural colombiano perdió una herramienta indispensable para construir memoria, preservar el patrimonio y fomentar el cambio de mentalidades. Nos enfrentamos a los medios instantáneos de las redes que cada vez se homogenizan hacia falsedades que tengan la posibilidad de vender más o de incitar emociones primarias, donde el ruido reemplaza al análisis y la propaganda ocupa el lugar de la crítica.
Quizás su legado no haya muerto del todo. Tal vez, como sus lectores, deberíamos tomar su camino y llenar las páginas en blanco que nos deja. Porque si algo nos enseñó Arcadia, es que la cultura no solo se consume, se construye. Y mientras haya memoria, habrá esperanza.
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