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José María Serrano: el bibliotecario

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Carlos Fajardo, publicado en El Liberal   D esde las ocho o nueve de la mañana me sumergía en la Biblioteca Central, situada en la Facultad de Derecho de la Universidad del Cauca. Recorría los estantes de poesía o de filosofía; escogía un libro y me sentaba concentrado en su lectura llegando a las doce del mediodía, hora que cerraban la biblioteca. Retornaba en horas de la tarde y me quedaba hasta las ocho cuando se terminaba la jornada. José María Serrano, María Eugenia Mosquera   En el transcurso de todas esas horas aparecía su director, el entrañable José María Serrano Prada. Como yo era uno de los habituales lectores, me saludaba muy atento, hasta que un día no sólo me extendió aquel habitual saludo, sino que me lanzó la esperada pregunta: “¿Tú qué estudias?”. Filosofía, le respondí. “He estado como asistente en algunos de sus cursos que me interesan”, comentó. En efecto, a José María ya lo había visto en las asignaturas optativas de mi primer semestre. Me preguntó sobre mis predil

Pequeño sueño con los muchachos de California

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José María Serrano Publicado en la Rueda 7 U na noche de borrachera el recuerdo de Burroughs y su matemática suspendida el álgebra de la necesidad. Lo vi en México y luego aquí bien cerquita, en Buesaco, Nariño , contemplaba las altas montañas buscaba el camino que se abre. Kerouak luchaba afanosamente por el Dharma: la totalidad de todas las cosas lo vi sentado en unas piedras en la desembocadura del río Narmandie, en el pequeño puerto de Bharuch, en el golfo de Cambria. Algunos años después el gran santón perfumado con su libro lleno de Buda, recorría Estados Unidos y los restaurantes orilleros pintados tan bien por Hopper. Con Allan a mi lado reviso sus cuadernos de hace 20 años: descripción de formas espontáneas de tiempo árboles, perros durmiendo, aviones vagando por los aires, manzanas. Sandwiches y helados intemporales.. Cierro los ojos, repaso calmadamente mis notas y recuerdo de nuevo a los muchachos de

Los lugares de La Rueda I

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Mario Delgado Noguera L a arquitectura colonial y blanca del centro de Popayán, con sus plazuelas y parques, fue el lugar de reunión del grupo de amigos de la Rueda. Preferían sus reuniones públicas al amparo del clima benévolo del Popayán de la época y del espiritu de un vino nocturno en el parque Caldas. La gran mayoría vivía por allí entre las calles con farolas donde se alquilaban un buen número de habitaciones para los estudiantes del resto de Colombia. Muchos de esos encuentros en los parques terminaban en alguna habitación precaria de estudiante o en las residencias estudiantiles Tuto González , para resquemor y protesta constantes de los vecinos burgueses del barrio Caldas. Pedrito Paz, un insigne popayanejo, funcionario perenne de la junta permanente pro Semana Santa, salía energúmeno de su casa vecina a las residencias gritando amenazas sin nombre contra los estudiantes que taladraban su descanso nocturno con vallenatos y rumbas. En esas reuniones de los parques se