Los lugares de La Rueda I


Mario Delgado Noguera


La arquitectura colonial y blanca del centro de Popayán, con sus plazuelas y parques, fue el lugar de reunión del grupo de amigos de la Rueda. Preferían sus reuniones públicas al amparo del clima benévolo del Popayán de la época y del espiritu de un vino nocturno en el parque Caldas. La gran mayoría vivía por allí entre las calles con farolas donde se alquilaban un buen número de habitaciones para los estudiantes del resto de Colombia. Muchos de esos encuentros en los parques terminaban en alguna habitación precaria de estudiante o en las residencias estudiantiles Tuto González, para resquemor y protesta constantes de los vecinos burgueses del barrio Caldas.

Pedrito Paz, un insigne popayanejo, funcionario perenne de la junta permanente pro Semana Santa, salía energúmeno de su casa vecina a las residencias gritando amenazas sin nombre contra los estudiantes que taladraban su descanso nocturno con vallenatos y rumbas. En esas reuniones de los parques se generaría el círculo que marcaría por algunos años la vida cultural de esa ciudad de provincia.


Popayán desde Las Tres Cruces

El parque Caldas era el preferido. Con las araucarias, grandes árboles traídos de Chile, bancas donde apoyar los ánimos poéticos, sombras condescendientes con la bohemia, fantasmas de viejos próceres de la patria para recordarnos la historia oficial y la visita ocasional y chispeante de Chancaca o Castrillón, personajes queridos de ese tiempo de fertilidad cultural.

Los miércoles a las siete la reunión era mas o menos fija en la Casa de la Cultura de la que se tenían las llaves y luego pasaban a una habitación grande con un pequeño escenario para ensayos teatrales y para las reuniones supuestamente mas formales. Luego empezaban las juergas. Una casa colonial con patios empedrados y azaleas cerca del edificio moderno del Banco de la República y del parque del Humilladero. En la puerta se fumaban incontables pielrojas y se comentaba el último acontecer con la fruición especial del chisme patojo, muchas veces malintencionado o aviesamente inventado.


Parque del Humilladero, Popayán


De esas reuniones nocturnas salieron amores y desamores, gritos de hambre, versos, broncas y desafueros alcohólicos. A veces visitábamos en gallada el Playboy en el barrio La Esmeralda, un lugar de salsa con espectáculos irrepetible en Popayán.  (Algo semejante se disfrutaba en el Playboy). 

La plata para el resto de la semana era sepultada en esos lugares, y desde el jueves cundía el variopinto rebusque para las comidas, los tintos en las cafeterías cercanas, en el café Alcázar y para el cineclub "Los Buhos" de los sábados al mediodía en el teatro Anarkos. Tololón pedía siempre que le gastaran El Tiempo. Después, el Mono Mendoza ya nos daba ejemplares de El Liberal, cuya Página Literaria de los domingos estaba a su cargo, allí colaboraron con sus escritos y poemas muchos de los escritores en ciernes de La Rueda. También se frecuentaba los cafés, como el Alcázar, donde se podía hacer tertulias y se podía pedir carajillos. 

Aquel que tuviera algunos libros era considerado un privilegiado pues eran caros pero al mismo tiempo las bibliotecas personales se surtían con expropiaciones y hábiles juegos de manos y de mochilas, costumbres que han sobrevivido por décadas. La Librería El Zancudo ("El único que contra él, el gringo nada pudo") era muy frecuentada. Aún funcionaba la librería Climent en la calle 5ª.


Escultura de Edgar Negret (Popayán 1922-Bogotá 2012)


Las bibliotecas de la Universidad eran otro lugar buscado por la quietud de su estructura conventual y colonial pues varios edificios universitarios del centro de Popayán habían sido claustros de frailes y monjas como el de Santo Domingo que alberga la rectoría. Para mí la biblioteca de Derecho era la más querida pues contaba con una nutrida sección de literatura. Al contrario de ahora cuando sus libros son inalcanzables tras los muros, funcionarios y vitrinas, en esa época se podían leer y hojear en las estanterías y adquirir destrezas de bibliófilos. José María Serrano, quien era el director de las bibliotecas de la universidad y que luego publicaría en los últimos números de La Rueda, nos pedía que de manera libre, eligiéramos los libros que se iban a comprar. De tal manera que los gustos literarios de los integrantes de La Rueda quedaron preservados en las viejas bibliotecas universitarias de la Universidad del Cauca.

El Centro Histórico de Popayán, hoy maltratado por un espantoso "arreglo" al parque Caldas, que le quitó verdor y vitalidad ha sido testigo del afán del cemento y la falta de visión ciudadana de las últimas alcaldías y la falta de planeación y conservación. 

En los tiempos de La Rueda, se el Centro Histórico impregnó con las andanzas poéticas del grupo, con sus búsquedas y encuentros y con sus noches que entonces parecían interminables, no por lo aburridas sino por los encuentros.

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