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En el bosque soy del bosque

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En el bosque todos los árboles se repiten y cada árbol es diferente absoluto Dentro de la corteza palpitan las hormigas la savia como un corazón frondoso Son infinitas las hojas que caen crecen desde la sombra se disuelven en el viento Los frutos que se pudren son arrullo para los gusanos En el bosque yo soy el bosque estoy dentro del musgo crezco como un hongo guardo esporas venenosas Me camuflo en las ramas me inclino ante el aire Es de raíces mi cabello mi garganta trina como el azulejo Toda mi piel es tierra piedra pasto que envejece ante la luz No camino yo vuelo caigo ruedo Mis manos son escarabajos alas nueces roídas flores verdes animales pequeños En el bosque yo soy el bosque pierdo mis sentidos los trueco Tengo agua en los oídos en azahar se convierte mi olfato en la boca me nacen grosellas Escucho pisadas aleteos de seres que huyen Me refugio en las cuevas me alimento de insectos rojos Soy una salvaje una sin nombre una presa Alzo la vista entre el follaje intuyo las es

Carlos Fajardo recuerda a Tomás Quintero

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Del libro:  La ciudad del poeta. Común Presencia Editores, Bogotá, 2013 ........... E n tu barrio “de torres y hospitales, en este San Nicolás sin rostro ni principio, en tu calle más vieja, la que muere en el río donde los peces y la mierda duermen juntos”, naciste en 1945 para inventar un bar, un mito, una ciudad-poema. Muchacho joven, hijo de una generación que se alistó para morir de soledad y desamor, también de violencia y de silencio en un país que nunca escuchó sus gritos. Hombre de calle, de tango, de Sonora Matancera, de son y bolero, de ron y de cerveza ¿Cómo soportaste tanta soledad, el dolor de una generación provinciana, contorsionando su cintura? ¿Dónde fuiste a buscar lejanías? Un día de 1978 -tú acababas de morir- el pintor Walter Tello te trajo en su mochila a Popayán, aquella ciudad blanca llena de templos, atardeceres y arreboles. Desde ese momento te hice mi cómplice y me fui desbocando con tus versos hasta encontrar las puertas de tu

Sueño con un poema de Tomás Quintero

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“¿cómo llamarte ahora que eres sólo una sombra en la luminosa penumbra de los sueños?”      J amás llegué a conocerlo ni a a tener para mi solaz alguno de sus libros. Recuerdo que su poesía le gustaba a Jaime Cárdenas y a Tololón Paz. Otro recuerdo del título de sus libros o de un poema: Declaración de amor a las ventanas. Se hablaba de él y su poesía en las reuniones nocturnas en el parque Caldas o en las esquinas de Popayán de antes del terremoto. Y claro, ahora que lo busco en la web se lo recuerda por su poema a la muerte de Tuto González: "Te partieron la risa, camarada". Sin embargo, he soñado que alguien leía un poema corto pero completo del poeta caleño que murió en 1978. Era aquel sueño una sesión de lectura, no cuando eramos aquellos jóvenes de mirada altanera de los tiempos de La Rueda , sino un conciliábulo de amigos sin pretensiones juveniles en los que las lecturas de poemas o textos saltan de vez en cuando.  Tomás Quintero Un fragmento de

Apartes de la vida de Andrés Caicedo, escritos por él mismo.

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Andr é s Caicedo Publicado en El Espectador, 31 mayo de 2013 ...nos dejaste huérfanos, devuélvenos la luna, la juventud, la libertad, los sueños, seguimos tu rastro maga de la noche, de mis noches sin fortuna como diría Andrés Caicedo , te buscamos en el puente, en los balcones, en los andamios de Silvia, en el jardín del cielo.  Jaime Cárdenas en Homenaje, un relato publicado en este blog. M i mamá había quedado embarazada ocho veces, pero sólo había logrado tener tres niñas y había perdido un hijo hombre, Juan Carlos, que hoy andaría por los treinta años. Mi papá deseaba otro hijo hombre. Yo creo que en ellos el coito nunca estuvo separado de la idea del embarazo. Así que nací yo, rodeado de gustos y de favores, en un hogar de ilustres apellidos pero económicamente de clase media. Dicen que pesé diez libras y era horrible, de chiquito. Lo que recuerdo de esa época tan temprana era que sólo me gustaba andar cogido de las faldas de mi mamá y hacerme d

Dos poemas de Enrique Buenaventura

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Mario Delgado-Noguera A l contrario de las corrientes del mercado en boga hoy en día, donde también la cultura es un bien transable, Enrique Buenaventura  (1925-2003), fundador del Teatro Experimental de Cali (TEC), fue un humanista que consideró la cultura y el arte un bien común y, por lo tanto, no se aisló de sus raíces sino que entabló un diálogo con la historia que enriqueció lo propio y lo situó en el momento actual.  En su obra reflejó los procesos ideológicos y los conflictos sociales que han afectado a los colombianos y al ser humano moderno. Visitó en varias oportunidades Popayán en los tiempos de La Rueda y sus presentaciones en el Teatro Municipal eran el preámbulo crítico de una gran fiesta. Recuerdo  sus puestas en escena de la obra de Brecht y,  especialmente, Historia de una bala de plata. Era una de las tantas historias del continente y de Colombia que no fueron contadas en los colegios confesionales y que abrían los ojos estudiantiles a las contradicciones so