Apartes de la vida de Andrés Caicedo, escritos por él mismo.
Andrés Caicedo
...nos dejaste huérfanos, devuélvenos la luna,
la juventud, la libertad, los sueños, seguimos tu rastro maga de la noche, de
mis noches sin fortuna como diría Andrés Caicedo, te buscamos en el puente, en
los balcones, en los andamios de Silvia, en el jardín del cielo.
Jaime Cárdenas en Homenaje, un relato publicado en este blog.
(...) A eso de los 7 años me
dejaron en el Colegio Pío XII, un pésimo establecimiento de
franciscanos. Cuando, haciendo fila, me despedí de mis padres, un alumno
me empujó insultándome, y allí caí en cuenta de la agresividad que me
tocaría enfrentar de kínder hasta sexto; todo lo contrario de la dulzura
y la superprotección que había conocido en mi casa (...). Para llegar a
mi afición literaria (cosa que se produjo a eso de segundo de
bachillerato) yo había pasado por una desmedida euforia por el fútbol:
era muy bueno en el puesto de arquero, y sufría mucho cuando por razones
externas (enemistad con el capitán por ejemplo) me relevaban de esa
posición.
Yo era un fanático del Deportivo Cali, y salía ronco de
los partidos. Recuerdo una vez que el Cali le ganó al América y los
aficionados de este equipo aporrearon al árbitro y tiraron mucha piedra a
la salida y yo me arranqué una camisetica del Deportivo Cali para que
no me fueran a hacer nada, y llegué a mi casa lleno de pánico y medio
desnudo. Por esa época yo estaba bajo el régimen del terror de un tal
Omar Valencia, fuerte y revejido; el hombrecito se ensañó en mí, me
humillaba delante de todos en la clase y yo, ante mi incapacidad de
responderle físicamente, empecé a concebir planes descabellados para
matarlo por la espalda.
Esa penosa situación duró como tres años:
sólo terminó cuando yo lo dejé de ver. Y hoy me lo encuentro, más viejo y
más pequeño, sucio y mal vestido (su papá era famoso por sus millones y
su tacañería), habiendo hecho nada en su vida, triste, apocado,
alcohólico. Cuando estaba en segundo de bachillerato pasé por una crisis
de estar diciendo mentiras y de aparentar que mi familia era más rica
de lo que realmente era. Lo que pasó fue que me introduje en la llamada
“gallada del Club Campestre”: los Cabal, los Urdinola, los Racines,
gente de la más rica de todo Cali. Y yo, claro, no podía mantener el
mismo tren de vida que ellos, invitando peladas a almorzar, haciendo
fiestas todos los sábados, montando en taxi, viajando a Miami todos los
años.
Y era cosa natural que claro, me descubrieran en mis
mentiras, motivo por el cual me fui volviendo prevenido y temeroso y un
tanto paranoico con las muchachas, y ya en tercero de bachillerato
comencé a recurrir a las prostitutas (...). (...) Comencé a escribir a
los trece años: poemas de amor y cuentos breves, de una sola situación.
Cuando mi primer cuento ambicioso, La piel del otro héroe, fue publicado
en el magazine dominical del diario Occidente de Cali, cobré ímpetu y
me llené de ambiciones; pronto me vi recompensado por publicaciones en
el periódico El Espectador (...).
(...) Después vendría mi viaje a
USA, a Los Ángeles, para intentar vender dos guiones de horror: cuando
me di cuenta todo el problema de lenguaje que había de por medio desistí
y me dediqué únicamente a ver cine, mientras me durara la plata. Vivía
yo al frente del teatro New Vagabond, que daba programas especiales de 8
ó 16 películas, es decir todo el día; o sea que yo me levantaba a las
ocho de la mañana, cruzaba la calle desayunado ya, y me entraba al
teatro, a mi cita con la oscuridad, para salir a eso de las once o doce
de la noche o ya de mañana; y fue allí cuando probé por primera vez las
anfetaminas.
No tenía mujer, ni me interesaba. Tomaba
mucha cerveza y me la pasaba contento en Cali, mucho más después de que
me hice muy amigo de Clarisol y Guillermo Lemos, dos niños super
precoces y super perversos y fui dando la imagen del niño que no ha
crecido o se niega a crecer: ellos me hicieron probar los hongos y el
Daprisal, y yo estaba contento con mi pose silvestre porque así
desconcertaba a los intelectuales de profesión, a los que he detestado
siempre y bastante es el mal, con pullas indirectas, que me han hecho.
Pero como todo el mundo deseaba y admiraba a Clarisol, no se podían
meter conmigo, pensaban “ése va a acabar mal”, pero no decían nada. Pero llegó Patricia y todo se acabó. Con
Clarisol había conocido una especie de vida salvaje. El amor salvaje de
Patricia me trajo a una más cercana realidad, aunque también peligrosa.
Yo la conocía a ella desde hacía dos años, pero no le había parado
bolas, desinteresado como estaba por toda mujer hecha y derecha. Pero
mentiras; Patricia resultó ser una niña malcriada, exigente y
desconfiada. Ella me sedujo y me atrapó. Su amor fue como un viaje sin
regreso por la selva más tenaz de todas, la del Chocó; fue como pasar
hambre y darse después un festín y emborracharse con cerveza helada. Yo
creo que ambos éramos unos niños al conocernos y juntamos nuestras malas
crianzas y hacíamos el amor de una forma perfecta. Por varios meses yo
fui su segundo hombre, hasta que las circunstancias me llevaron a ser el
único, el primero.
Ay no, todo esto está mal escrito. Su
matrimonio iba ya muy mal cuando nos conocimos, y por pura coincidencia
feminista yo me dejé seducir, porque era testigo de lo mal que la
trataba su marido. Además él, Carlos Mayolo, había arruinado por su mal
genio un filme que realizamos en 1971: Angelita y Miguel Angel, en 16
mms. y con guión mío. Pero no creo que haya sido venganza; hice a medias
el amor con ella y me gustó muchísimo y estuvo; quedé enamorado como
nunca en mi vida. De allí, nuestra relación fue siempre incompleta, y su
marido, como dice el proverbio, fue el último en saberlo; nos pilló in
fraganti en el último Festival de Cine en Cartagena.
Pero con él
ya todo estaba dañado, y la cosa no fue muy grave. En el intervalo yo
trabajé durísimo con el grupo de teatro de la U. del Valle en mi obra El
mar, sobre el desorden, sobre el trabajo acumulado y sobre la relación
difícil con los objetos (incapacidad manual), además de ser, a la vez,
un comentario crítico (no sé cómo me las arreglé para lograrlo) a dos
novelas magníficas: Moby Dick de Melville y Arthur Gordon Pym de Poe.
Con perdón de todo el mundo, esa fue mi (fatua) obra maestra. No duró
más que tres días en cartelera, ya que el protagonista celebró tan duro
el éxito del estreno que hasta hoy sigue borracho.
La
segunda vez que me intenté suicidar está rodeada de circunstancias más
allá de mi memoria. Según parece me tomé 125 pepas y discutí mucho con
ella. A los varios cinco o seis días me vine a despertar en “Cuidados
Intensivos” creyendo, por la calefacción, que estaba en Cali. Me llegaba
el recuerdo de Patricia como el de un ángel guardián y experimentaba
ráfagas de felicidad indefinida e inconclusa. Ahora, pasado ya un mes de
estar en esta clínica, tengo planes urgentes para el futuro inmediato;
sacar un número 5 de Ojo al Cine que sea mejor que los anteriores,
gestionar la publicación de mi novela "Que viva la música" con las dos
editoriales que me la han comprado y arreglar la publicación de un libro
de cuentos con Eduardo Agudelo, el dueño de la editorial que me saca la
revista; asimismo, comenzar dándole forma al libro que tengo planeado
sobre los Rolling Stones”.
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