Apartes de la vida de Andrés Caicedo, escritos por él mismo.


Andrés Caicedo


...nos dejaste huérfanos, devuélvenos la luna, la juventud, la libertad, los sueños, seguimos tu rastro maga de la noche, de mis noches sin fortuna como diría Andrés Caicedo, te buscamos en el puente, en los balcones, en los andamios de Silvia, en el jardín del cielo. 

Jaime Cárdenas en Homenaje, un relato publicado en este blog.




M
i mamá había quedado embarazada ocho veces, pero sólo había logrado tener tres niñas y había perdido un hijo hombre, Juan Carlos, que hoy andaría por los treinta años. Mi papá deseaba otro hijo hombre. Yo creo que en ellos el coito nunca estuvo separado de la idea del embarazo. Así que nací yo, rodeado de gustos y de favores, en un hogar de ilustres apellidos pero económicamente de clase media. Dicen que pesé diez libras y era horrible, de chiquito. Lo que recuerdo de esa época tan temprana era que sólo me gustaba andar cogido de las faldas de mi mamá y hacerme debajo de los árboles de guayaba para imaginarme perdido en los bosques. Y que organizaba peleas de vaqueros imaginarias con contendores de aire, y yo gesticulaba, daba puños, gritaba para mis adentros, amenazaba, actuaba en bien de la justicia (...).

(...) A eso de los 7 años me dejaron en el Colegio Pío XII, un pésimo establecimiento de franciscanos. Cuando, haciendo fila, me despedí de mis padres, un alumno me empujó insultándome, y allí caí en cuenta de la agresividad que me tocaría enfrentar de kínder hasta sexto; todo lo contrario de la dulzura y la superprotección que había conocido en mi casa (...). Para llegar a mi afición literaria (cosa que se produjo a eso de segundo de bachillerato) yo había pasado por una desmedida euforia por el fútbol: era muy bueno en el puesto de arquero, y sufría mucho cuando por razones externas (enemistad con el capitán por ejemplo) me relevaban de esa posición.

Yo era un fanático del Deportivo Cali, y salía ronco de los partidos. Recuerdo una vez que el Cali le ganó al América y los aficionados de este equipo aporrearon al árbitro y tiraron mucha piedra a la salida y yo me arranqué una camisetica del Deportivo Cali para que no me fueran a hacer nada, y llegué a mi casa lleno de pánico y medio desnudo. Por esa época yo estaba bajo el régimen del terror de un tal Omar Valencia, fuerte y revejido; el hombrecito se ensañó en mí, me humillaba delante de todos en la clase y yo, ante mi incapacidad de responderle físicamente, empecé a concebir planes descabellados para matarlo por la espalda.

Esa penosa situación duró como tres años: sólo terminó cuando yo lo dejé de ver. Y hoy me lo encuentro, más viejo y más pequeño, sucio y mal vestido (su papá era famoso por sus millones y su tacañería), habiendo hecho nada en su vida, triste, apocado, alcohólico. Cuando estaba en segundo de bachillerato pasé por una crisis de estar diciendo mentiras y de aparentar que mi familia era más rica de lo que realmente era. Lo que pasó fue que me introduje en la llamada “gallada del Club Campestre”: los Cabal, los Urdinola, los Racines, gente de la más rica de todo Cali. Y yo, claro, no podía mantener el mismo tren de vida que ellos, invitando peladas a almorzar, haciendo fiestas todos los sábados, montando en taxi, viajando a Miami todos los años.
 
Y era cosa natural que claro, me descubrieran en mis mentiras, motivo por el cual me fui volviendo prevenido y temeroso y un tanto paranoico con las muchachas, y ya en tercero de bachillerato comencé a recurrir a las prostitutas (...). (...) Comencé a escribir a los trece años: poemas de amor y cuentos breves, de una sola situación. Cuando mi primer cuento ambicioso, La piel del otro héroe, fue publicado en el magazine dominical del diario Occidente de Cali, cobré ímpetu y me llené de ambiciones; pronto me vi recompensado por publicaciones en el periódico El Espectador (...).

(...) Después vendría mi viaje a USA, a Los Ángeles, para intentar vender dos guiones de horror: cuando me di cuenta todo el problema de lenguaje que había de por medio desistí y me dediqué únicamente a ver cine, mientras me durara la plata. Vivía yo al frente del teatro New Vagabond, que daba programas especiales de 8 ó 16 películas, es decir todo el día; o sea que yo me levantaba a las ocho de la mañana, cruzaba la calle desayunado ya, y me entraba al teatro, a mi cita con la oscuridad, para salir a eso de las once o doce de la noche o ya de mañana; y fue allí cuando probé por primera vez las anfetaminas.

No tenía mujer, ni me interesaba. Tomaba mucha cerveza y me la pasaba contento en Cali, mucho más después de que me hice muy amigo de Clarisol y Guillermo Lemos, dos niños super precoces y super perversos y fui dando la imagen del niño que no ha crecido o se niega a crecer: ellos me hicieron probar los hongos y el Daprisal, y yo estaba contento con mi pose silvestre porque así desconcertaba a los intelectuales de profesión, a los que he detestado siempre y bastante es el mal, con pullas indirectas, que me han hecho. Pero como todo el mundo deseaba y admiraba a Clarisol, no se podían meter conmigo, pensaban “ése va a acabar mal”, pero no decían nada. Pero llegó Patricia y todo se acabó. Con Clarisol había conocido una especie de vida salvaje. El amor salvaje de Patricia me trajo a una más cercana realidad, aunque también peligrosa. Yo la conocía a ella desde hacía dos años, pero no le había parado bolas, desinteresado como estaba por toda mujer hecha y derecha. Pero mentiras; Patricia resultó ser una niña malcriada, exigente y desconfiada. Ella me sedujo y me atrapó. Su amor fue como un viaje sin regreso por la selva más tenaz de todas, la del Chocó; fue como pasar hambre y darse después un festín y emborracharse con cerveza helada. Yo creo que ambos éramos unos niños al conocernos y juntamos nuestras malas crianzas y hacíamos el amor de una forma perfecta. Por varios meses yo fui su segundo hombre, hasta que las circunstancias me llevaron a ser el único, el primero.

Ay no, todo esto está mal escrito. Su matrimonio iba ya muy mal cuando nos conocimos, y por pura coincidencia feminista yo me dejé seducir, porque era testigo de lo mal que la trataba su marido. Además él, Carlos Mayolo, había arruinado por su mal genio un filme que realizamos en 1971: Angelita y Miguel Angel, en 16 mms. y con guión mío. Pero no creo que haya sido venganza; hice a medias el amor con ella y me gustó muchísimo y estuvo; quedé enamorado como nunca en mi vida. De allí, nuestra relación fue siempre incompleta, y su marido, como dice el proverbio, fue el último en saberlo; nos pilló in fraganti en el último Festival de Cine en Cartagena.

Pero con él ya todo estaba dañado, y la cosa no fue muy grave. En el intervalo yo trabajé durísimo con el grupo de teatro de la U. del Valle en mi obra El mar, sobre el desorden, sobre el trabajo acumulado y sobre la relación difícil con los objetos (incapacidad manual), además de ser, a la vez, un comentario crítico (no sé cómo me las arreglé para lograrlo) a dos novelas magníficas: Moby Dick de Melville y Arthur Gordon Pym de Poe. Con perdón de todo el mundo, esa fue mi (fatua) obra maestra. No duró más que tres días en cartelera, ya que el protagonista celebró tan duro el éxito del estreno que hasta hoy sigue borracho.

La segunda vez que me intenté suicidar está rodeada de circunstancias más allá de mi memoria. Según parece me tomé 125 pepas y discutí mucho con ella. A los varios cinco o seis días me vine a despertar en “Cuidados Intensivos” creyendo, por la calefacción, que estaba en Cali. Me llegaba el recuerdo de Patricia como el de un ángel guardián y experimentaba ráfagas de felicidad indefinida e inconclusa. Ahora, pasado ya un mes de estar en esta clínica, tengo planes urgentes para el futuro inmediato; sacar un número 5 de Ojo al Cine que sea mejor que los anteriores, gestionar la publicación de mi novela "Que viva la música" con las dos editoriales que me la han comprado y arreglar la publicación de un libro de cuentos con Eduardo Agudelo, el dueño de la editorial que me saca la revista; asimismo, comenzar dándole forma al libro que tengo planeado sobre los Rolling Stones”.






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