Prólogo del nuevo libro de Carlos Fajardo: "La balada".




Con el poeta Carlos Fajardo Fajardo me une una entrañable amistad que viene de vieja data, ya que somos “chicos de barrio”, el mismo de Casas Blancas, en el oeste de Cali; un sitio donde en pasados siglos se libró la famosa batalla de “La Chanca” entre las tropas de los generales Obando y Mosquera, enfrentados entre sí, en un terreno pantanoso y que marcó un hito en la historia de la ciudad.

Primero con su hermano Diego (in memoriam), que era de mi edad y luego con Carlos, unos años menor, compartíamos con otros muchachos vecinos, jóvenes estudiantes de bachillerato en su mayoría, las dichas y desdichas de nuestra temprana adolescencia y juventud, en ese casi siempre caluroso Cali de los años sesenta y setenta.

Carátula del nuevo libro de Carlos Fajardo



Por supuesto, después de una ronda de futbolito, en esas calles calcinadas por el sol, nos reuníamos en los anocheceres en las esquinas para continuar la fiesta; eran los meses de vacaciones escolares de semana santa, de julio y agosto o de fin de año. Cantábamos y bebíamos con desbordante aire juvenil.

Recuerda el poeta Fajardo Fajardo: “La moda del camaján,…con su mota en el peinado, las chaquetas negras, el cuello de la camisa levantado, un caminar lento, desafiante…Se impuso el pelo largo, la barba, las sandalias, el blue jean, la mochila…”

La música que estaba de moda por esa época en la radio y la televisión eran las famosas baladas. Dicha música, como lo señala muy bien el poeta, tenía con su dimensión y fuerza un aire que respiraba poesía por todos lados y marcaba una sensibilidad en toda una generación de jóvenes muchachos y muchachas. Así se convirtió en un ritual del lenguaje y sonido que hizo su aparición en las aulas y los pasillos de los colegios con penetración también en los barrios. Esa fue nuestra banda sonora. Las letras de las baladas de estos poetas cantores y su música abrían entonces una sensibilidad desconocida para la juventud de la época.

En el libro que comento, el autor trata de reflexionar sobre la influencia de la música balada en la formación sentimental y de sus imaginarios en la juventud de aquellos años locos. También la importancia que tuvo en una generación con su delirante alegría, llena de inquietudes, rupturas, dramas de amores y desamores, así como dignificar la gran poesía hecha canción, asombro, maravilla y, a la vez, encantamiento. Se constituyó, por las décadas de los sesenta y setenta, en un proceso educativo de la sensibilidad de aquellos jóvenes. Para el autor, esta música, llena de poesía, produjo en él y en toda una generación de “teen eyers” contestatarios, la grata edificación de una memoria creativa impulsora del amor por el poema y la poesía, como lo reconoce textualmente: “Una palabra cándida entre los enamorados abría puertas, daba licencia para procurar la exquisitez de los placeres prohibidos, construir una atmosfera donde perderse”. Así era y así fue como el poeta edificó su amor por la palabra hecha poema.

Y continúa: … “A través de ella, pudimos provocarnos rupturas, crisis y cambios de identidad, sentidos a medida que atravesábamos el umbral entre la infancia y la adolescencia y más tarde en el mundo adulto y sus ocupaciones”.

Recuerdo, hurgando en los laberintos del pasado, haber hecho parte de ese grupo de jóvenes bohemios y de haber cantado, “a mi manera”, acompañados por una vieja guitarra, melodías que nos llegaban de aquí y de allá a veces en francés, italiano, inglés y, por supuesto, en castellano, lo que hacía las delicias de las muchachas del barrio. También Diego, hermano del poeta, cantando sus baladas con el alma herida, al viento de la noche… Luego llegaría Carlos a continuar la fiesta con su guitarra y su voz de altos registros. Con esta música de contenido romántico en su mayoría, enamorábamos a las muchachas bonitas:

“Y con mi boca que ha bebido,
y que ha besado y que ha mordido
sin apagar su sed jamás…”

Alguna conquista se hizo. Ese fue el maravilloso sinsentido de nuestra vida.

Ahora veo al poeta, con su carga de poemas bajo el brazo, ida y vuelta de metáforas y reflujo de nostalgias y evocaciones, escudriñar con lupa esas palabras, el lenguaje, a veces simple y directo, otras no tanto, para encontrar en ellas la poesía que encerraban y su música de fiesta.

Este libro es de obligatoria lectura para todos aquellos que, de una u otra manera, han sentido en lo más profundo de su ser vibrar alguna vez en su vida las llamas del amor y del desamor, del deseo irrealizable, del compromiso con una causa personal o social, del sentido o sinsentido de la vida, en estos días difíciles, por estos territorios sin memoria, por esos corredores infinitos que dan siempre a un mismo sitio, del que algunos no hemos podido salir. Que sea este un motivo para encontrar, una vez más, en la voz de estos cantores de baladas, la palabra vivificante.




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