Un recuerdo de Franz Faust, el bávaro que se quedó en Los Andes

 

Mario Delgado Noguera

El cerro El Broncazo, aquella fábrica de agua aledaña al municipio de Rosas, el cerro de Lerma que se divisa cuando se llega por avión al aeropuerto de Popayán, el Macizo Colombiano, la cadena volcánica de los Coconucos, todos aquellos lugares fueron del interés del fallecido etnólogo Franz Faust.

Él pensaba que estos lugares preponderantes en la geografía del Cauca eran lugares importantes para la identidad regional, y así lo hizo cuando pudo viajar por la geografía colombiana. Un hombre apasionado de los Andes, profundamente interesado y conocedor de las cosmovisiones y las culturas andinas.  Alguna vez me contaba que el interés por la Cordillera de los Andes nació cuando quería mirar por sí mismo cómo las nieves entonces perpetuas de la Sierra Nevada de Santa Marta, estaban cerca del mar tropical, en plena zona tórrida. Quería vivamente conocer esta maravilla desde su lejana Baviera donde había nacido. Quería ver con sus propios ojos cómo las nieves perpetuas de la Sierra Nevada podían rozar el calor del mar tropical.

Franz Faust (1953-2025)

Recordaba que por accidente había llegado a Colombia pues cuando viajó desde Europa a América no sabía con certeza cuál sería el lugar donde se iba a establecer. Pero finalmente llegó a nuestro país, se dirigió a la Sierra Nevada del Cocuy, en la cordillera Oriental donde habitó con los campesinos de la zona y aprendió el español entre ellos, un español seguramente coloquial, lleno de modismos, lleno de mitos de historias, porque era un hombre curioso, un etnógrafo de la Universidad de Múnich, que quería conocer además los sistemas médicos, como el del calor y frío que se extiende desde México a Chile. Posteriormente, en Popayán finalmente se estableció y formó una familia con una payanesa, siendo profesor de la Universidad del Cauca y de la Fundación Universitaria de Popayán donde dejó una estela de alumnos que lo admiraban y que les encantaba escuchar sus historias, sus viajes, y sus interpretaciones dado su profundo afán por conocer nuestra propia geografía. 

Cuando estuve de editor de la Editorial Universidad del Cauca, pude hablar con él de manera más cercana. Participe como editor en tres de sus libros: la reedición de El collar de Eva, y la edición de Conceptos y prácticas médicas de ruana y de Cosmovisiones populares indoamericanas que recopilaba sus escritos y viajes desde el Cocuy, el Tolima y el Cauca. No solo fue un escritor, sino que era un gran dibujante que ilustraba sus propios libros. Recuerdo que cuando reditábamos El collar de Eva, un libro que, desde la evidencia del pasado remoto, del esqueleto científico de la arqueología y la biología molecular, combinaba sus dibujos sobre la Eva mítica y mitocondrial, de la cual descendemos todos, con unos textos atrapantes de nuestra historia primigenia.

Cuando hablaba de los Andes lo hacía con una devoción que bordeaba lo sagrado. Para él, cada cerro tenía su mito, cada quebrada su espíritu. Decía que el arraigo campesino era inseparable del paisaje, que la identidad de un pueblo está unida a su geografía. Y lo escribía con la precisión del etnógrafo, pero también con el pulso del dibujante que fue: en sus libros, las figuras humanas y los montes se confunden, se entrelazan. El trazo en tinta negra sobre blanco parecía un eco de su pensamiento: lo humano y lo telúrico no están separados.

Su partida deja un vacío silencioso, pero también una geografía más plena. Quienes lo conocieron sienten que Franz Faust no se fue del todo. En cada vuelo que aterriza en Popayán, cuando el cerro de Lerma se deja ver entre las nubes, hay algo de su mirada todavía ahí, extendida sobre el paisaje.


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