La protesta de los profesores de la Universidad del Cauca

 

La formalización laboral de los profesores ocasionales y de cátedra va más allá de los aspectos económicos

Mario Delgado Noguera


La mañana avanzaba con un ritmo lento frente a la Vicerrectoría Administrativa. La carpa de los profesores del Sindicato de Profesores de la Universidad del Cauca, -ASPU-, seguía firme, las cadenas seguían tensas. Entre las conversaciones dispersas, la voz del profesor Yilton Riascos, se iba imponiendo con un razonamiento que desbordaba el momento inmediato de la protesta. El profesor es uno de los profesores encadenados que me ha comentado sus reflexiones; señaló que al despertar en el frío de la madrugada payanesa, surgen las memorias de esta jornada.

Para él, la formalización no es un asunto reducido por la Administración al presupuesto. El dinero es solo una parte. Lo que está en juego es la dignidad y el reconocimiento del trabajo de los profesores ocasionales y de cátedra. Ese enunciado, dicho desde un cuerpo atado con cadenas, adquiría una fuerza simbólica particular. No había dramatización. Había una lógica que partía de la experiencia cotidiana en las aulas, en las reuniones de departamento, en los argumentos sostenidos una y otra vez, sin eco, en las mesas técnicas de formalización hechas al amparo del Decreto 0391 de 2025.

Aunque el rector repita de forma insistente que ya hubo formalización, esta no ha existido en la Universidad del Cauca por desconocimiento o por falta de voluntad política de aplicarla conforme al Decreto. El argumento se desarma solo: los concursos realizados han sido ganados por profesores de otras universidades o por docentes más jóvenes que los profesores ocasionales y de cátedra, mientras que las garantías previstas para ellos, quienes ya estaban vinculados, simplemente no entraron en la ecuación.


Profesores de música de Unicauca solidarios con la protesta pacífica de ASPU-Cauca. Dic 2025


El profesor Riascos repetía una idea que ya había circulado entre los presentes: la estabilidad no puede depender de la voluntad de los profesores de planta en un departamento. No puede decidirse por afinidades personales ni por interpretaciones discrecionales, como ha ocurrido, de las necesidades académicas. La estabilidad, decía, debería sustentarse en dos elementos verificables: el desempeño académico y profesional, y la necesidad real del servicio docente en los departamentos de la Universidad. Si el trabajo es necesario para el funcionamiento del programa, entonces la contratación debe reflejar esa necesidad de manera coherente y estable.

A su juicio, los perfiles definidos por los departamentos para contratar a un profesor ocasional no pueden transformarse cuando se abre un concurso de planta. Si el servicio académico exige un perfil, ese perfil es el que debería regir para todos los tipos de vinculación. Cambiarlo introduce una brecha que deslegitima el tránsito de un profesor ocasional hacia la planta y genera un mensaje implícito: lo que se esperaba de ese profesor mientras era ocasional no coincide con lo que se espera para un cargo de carrera. Esa diferencia, decía el profesor encadenado, no corresponde a la realidad del trabajo universitario.

Mientras hablaba, dibujaba con las manos un mapa imaginario del cuerpo profesoral. Señalaba que buena parte de los profesores ocasionales cubren vacancias temporales: comisiones de estudio, encargos administrativos, años sabáticos, incapacidades prolongadas. Pero al retirar esos casos, queda un grupo de profesores que no debería seguir vinculado como ocasional. Cubren de hecho funciones permanentes, sostienen asignaturas que existen todos los semestres, cumplen roles misionales del departamento. Para él, el dinero que hoy se destina a esas contrataciones temporales debería convertirse en la base del fondo que permita formalizar a quienes cumplen con los requisitos académicos y cubren necesidades estables.

Extendía el razonamiento hacia un punto que, bajo la carpa, aparecía poco mencionado, pero que impacta en la vida administrativa de la universidad: los criterios para asignar la labor docente no son iguales para profesores ocasionales y profesores de planta. Al pasar un profesor de ocasional a planta, su carga cambia, disminuye en docencia directa, se redistribuye entre investigación y extensión. Esa modificación, señalaba, genera una compensación presupuestal que permite avanzar hacia la formalización. Si la universidad ajustara ese régimen de asignación, sería posible equilibrar mejor la transición de un profesor ocasional hacia la planta.

En ese punto, la reflexión del profesor Riascos se detenía en la autonomía de los departamentos. Autonomía sí, decía, pero orientada por el reconocimiento del trabajo de quienes han sostenido las funciones misionales. Recordaba que muchas acreditaciones de programas académicos se obtuvieron gracias al trabajo continuo de profesores ocasionales. Los indicadores, los informes, la ejecución de actividades clave del proceso no fueron obra exclusiva del profesorado de planta, son labores intensas que demandan esfuerzo, tiempo y dedicación que han recaído muchas veces en los profesores ocasionales. Si la institución presume esas labores investigaciones y acreditaciones, también debe reconocer los aportes de quienes estuvieron detrás de ellas.

La conversación derivaba hacia un tema que parecía atravesar todo el conflicto: la estratificación interna de los docentes. Él lo decía sin levantar la voz. La base profesoral no puede seguir pensándose en escalones donde arriba están los profesores de planta y abajo, los ocasionales y los de cátedra. Esa división produce una cultura institucional que normaliza desigualdades. Y si persiste, afirmaba, ninguna política de formalización tendrá efecto profundo. No se trata de abrir concursos que terminen siendo ganados por profesores externos sin preguntarse por las trayectorias internas y la experiencia y el trabajo dado a la universidad. Se trata de construir una comunidad académica coherente con su propio trabajo.

Mientras hablaba, llegan profesores que han callado largo tiempo sus condiciones laborales y cuentan sus historias. La carpa seguía animada con estas visitas, animadas por la solidaridad porque sienten en carne propia el trato desigual. Las cadenas seguían puestas. Son las cadenas mentales que atan el devenir democrático de la Universidad. Pero el transcurrir de la mañana soleada de Popayán mostraba algo más: que detrás de cada cadena, de cada denuncia que ahora levanta la voz, de cada actividad de la Junta Directiva Sindical había una reflexión larga, acumulada por años, esperando que se acentúe la democracia participativa que ahora parece que ha tornado a representativa, que el Decreto 0391 se convierta en política institucional.

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