De los estudiantes colombianos a la indignación global



Mario Delgado



La indignación crece en el mundo. Los dineros públicos en Estados Unidos y en Europa van hacia el rescate de la banca mientras se recortan beneficios sociales de los estados de bienestar. En Latinoamérica los estudiantes protestan por su futuro –no quieren ser autómatas, máquinas que repiten el mismo discurso de siempre- y, particularmente en Colombia, donde la protesta había sido satanizada como terrorismo, la movilización masiva de estudiantes ha hecho que el gobierno retire un proyecto de Educación Superior que en resumidas cuentas convertía la educación en un negocio más. 

Muchos coinciden en que la educación es el motor que impulsa la equidad y el desarrollo democrático y se dice que un pueblo ignorante vive de ilusiones, desperdicia sus recursos y no distingue el discurso real de una prédica demagógica. El camino que debe recorrer un estudiante colombiano de las clases populares en una sociedad fuertemente estratificada como la colombiana, es tenaz y arduo. Si persiste y su familia lo apoya, y entra a una universidad, enfrenta el reto adicional de mantenerse. Se sabe que el nivel de la deserción en las universidades colombianas es de alrededor del 40%.

En ese contexto, a lo largo de su movilización, los estudiantes colombianos han sido tachados de ignorantes, inhábiles para entender las "beneficiosas" leyes del mercado que se querían aplicar a su formación, vándalos que quieren destruir la sociedad y el buen ver de sus ciudades al hacer para comer ollas comunes para sobrellevar la protesta le lejos de sus casas y de sus familias. Por la presión de ellos mismos con sus imaginativas formas de protesta, de voces  y escritos que se levantaron en algunos diarios, posiciones fuertes de académicos, la mayoría por fuera de los órganos de poder de las universidades, su trato en los medios ha sido forzado a cambiar aunque siguen las tergiversaciones de su discurso y de sus peticiones.

Las redes sociales que se autogestionan, los blogs, el apoyo de los ciudadanos, la propaganda y sus slogans como aquel que cuestiona: “ ¿Si el servicio militar es obligatorio, porque la educación no?”, también han contribuido a que su movimiento tome fuerza, mueva a la solidaridad de la apabullada sociedad colombiana, habitualmente conforme con sus males y sus gobernantes, y coincida con la protesta chilena que ha cobrado una inusitada fuerza social contra la concepción mercantilista que pregona su  gobierno plutócrata.

El ESMAD (Policía acorazada) en Popayán
vigila las manifestaciones universitarias,
noviembre 2011
Por eso ahora, más que nunca y con urgencia, es necesario un periodismo plural que no solo de voz al gobierno que la tiene excesiva, sino  a sectores como los estudiantes que han construido en Colombia un movimiento organizado que busca otra sociedad donde no prospere la demagogia guerrerista y el terror, que sabe con firmeza que, a pesar de los obstáculos, otra educación transformadora es posible. 

Salir del espejo deformador y de las mentiras sistemáticas del periodismo que es cómplice con su banalidad, y construir una memoria de la educación para las generaciones futuras, ha sido la contribución clave de los estudiantes colombianos a la creciente indignación global. 

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