'Yo no me río de la muerte". Javier Heraud (1941-1963)
Mario Delgado
Estoy en Lima, al inicio de lo que se allí se califica de
invierno aunque la temperatura no bajará de 18 grados. La sala de exposiciones
Miró Quesada esta sobre la bullente calle Larco del distrito de Miraflores. Es
un paseo agradable y renovado con restaurantes, turistas y algunas pequeñas librerías.
En la Miró
Quesada, el visitante se encamina hacia un salón silencioso con una pared
pintada de blanco, -una pantalla-, donde se empieza a sentir un rumor de agua que corre y después
se vislumbra lentamente la corriente. Luego, se escucha el sonido de disparos distantes que se acercan e impactan el agua con pequeños chorros líquidos al aire. Los disparos se
acercan ominosos y el agua ya es lanzada con violencia hasta que se percibe
una ráfaga. Entonces el rostro del joven poeta Javier Heraud aparece conformado
por las gotas que son levantadas por las balas en el cauce, hasta dibujarse la cara por completo y luego desaparecer.
En las paredes laterales del salón se puede leer un verso en la apretada
escritura de Heraud:
“Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y árboles”.
Este poema se publicó en Lima en 1961, dos años antes de su
muerte cuando veintinueve balas cruzaron su cuerpo en un arroyo de la selva de
Madre de Dios. El poema está en el libro que ganó un concurso nacional de poesía.
Javier Heraud hizo parte de una generación que fue y retornó de Cuba después de la
Revolución y que pensaba que el camino cubano podría replicarse en el Perú, un
país dominado por los cacicazgos regionales, exclusiones y miseria.
En la actualidad, Perú rescata su obra poética y circulan sus versos jóvenes
entre los peruanos para que permanezcan en la memoria. Heraud pensaba
que la poesía era una herramienta de cambio. Cuando leo algunos de sus
versos cortos y claros que parece que caen en las hojas del libro que está en mis manos, se percibe
su juventud soñadora y lo premonitorio de su muerte:
“Quiero que salgan dos
geranios de mis ojos, de
mi frente dos rosas blancas,
y de mi boca
(por donde salen
mis palabras)
un cedro fuerte y perenne
que me dé sombra
por dentro y por fuera,
que me dé viento cuando la lluvia
desparrame mis huesos”
Un canto joven que se cortó con violencia. No deja de ser
conmovedor que en este Perú en pleno debate entre un vacilante gobierno de supuesto
cambio y la opinión pública que cuestiona los conflictos que crea el capitalismo extractivo, se retorne a la
memoria y a las ilusiones de Javier Heraud.
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