Un relato de Juan David Muñoz

Juan David Muñoz en el Festival Gastronómico de 2011
Abro la puerta esperando que alguna de ellas este allí, a punto de timbrar, sonriendo y reclamando ser invitada a una fiesta que ella acabó de inventar; la haría pasar para que viera la bella vista que ofrece el gran ventanal, y bueno, después la historia.

Salgo y no hay nadie; espero mientras repican las gotas sobre el concreto. Parece que demoré mucho mi decisión, ahora ya se han ido y tendré que salir, así no me quedo. Entro a buscar algo para cubrirme de la lluvia y mato la botella de whisky que estaba sobre la mesa; salgo casi de inmediato olvidando las llaves dentro, maldigo, pero lo hecho, hecho está. Sobre la acera camino apresurado –como todos los que caminan bajo la lluvia-, de pronto ahí están, en la esquina siguiente. Parecen hacer qué gestos de despedida: besos, palmadas, risas, monosílabos insignificantes. Las tres toman rutas diferentes, sigo a la que parece tiene menos afán y la que izó una sombrilla para acompañarse. Cuando le dí alcance no se asustó y respondió entusiasmada. Algo en mi cara la intrigaba, yo decía que era la lluvia, no era que me conociera o que sintiera que en otro sitio me había visto, decía ella que lo que presentía era mi morbosa intención, yo le dije que eran mentiras, que mi intención era peor que eso, ella rió y no me creyó.

Luego de liquidarla caminé por callejones con escasa luz, intentaba recordar una receta sobre creps flameados cuando me cruzó una calle de luz amarilla, vi las manchas en los puños de la camisa, la sangre ya tenía un color oscuro, como un lúgubre morado, podía ser la luz, igual tendría que limpiarme, pasaría por el bar de mi amigo Cristóbal y aprovecharía para tomarme un trago que me calentara la panza. Saludé y esa noche pedí un doble de brandy; aún pensaba en la receta pero no tenía hambre, seguí derecho hacia el baño.

Ante el espejo me despojé del impermeable que ya estaba limpio y me percaté sin horror que la sangre teñía la camisa hasta los codos, me la quité y la quemé, nadie entró en el baño. Cristóbal me preguntó si algo se estaba quemando en el baño, yo le contesté que había quemado unos papeles sin importancia, se tranquilizó y comenzó a hablar, no le puse atención, pensaba en la ropa interior de la fugaz dama: blanca de bordes negros. Una vez más pensé el significado de los colores de la lencería femenina.

Mentí estar cansado después del tercer doble me despedí, fui a mi casa y llovía con más intensidad. Había olvidado el percance de las llaves y maldije de nuevo. Estaba oscuro, el farol enfrente de la casa parecía haberse fundido mientras yo estaba fuera, me alejé un poco de la fachada y vi que la ventana de una de las habitaciones estaba abierta. Trepé sin dudarlo y cuando coroné la ventana una potente luz me iluminó desde abajo, giré la cabeza y dos policías me apuntaban y mentaban la madre. Intenté decir que era mi casa y no me escuchaban por culpa de su vociferar esquizofrénico y el traqueteo de la lluvia. Pensando que identificándome sacaría algo, busqué mi billetera en uno de los bolsillos internos del impermeable, fue ahí cuando sentí los dos punzones calientes en mi espalda, entrando, caí como pepa e'guama, muerto.

Juan David Muñoz, fan del Cuarteto de Alejandría, estudió Ingeniería Civil en Popayán, ahora dirige un restaurante en su ciudad natal, Neiva.

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