Volver a Guapi
Vuelvo a Guapi, en la costa pacífica colombiana, después de
8 años. En ese lugar aislado de la geografía nacional, puerto del río del mismo
nombre y cercano a la isla de Gorgona, llevamos a cabo un trabajo sobre la
salud de los recién nacidos y las enfermedades llamadas culturales. Ese fue el reinicio
de un largo interés por la riqueza de su cultura afrocolombiana que es la que
predomina en el municipio caucano. Cuando se acerca a tierra, desde el pequeño avión se puede ver
la maraña de canales y la abundancia de los caminos de agua entre el verde de
la llanura Pacífica.
De Guillermo Wiedemann |
El puerto de Guapi recién había salido de una huelga de los
trabajadores de la recolección de las basuras y en las calles ya eran escasos los
vestigios del parón. En la época en que hicimos el trabajo epidemiológico, visitando a
las parteras y entrevistando a los trabajadores de la salud, las calles de la
ciudad estaban llenas de motos; ahora están llenas de huecos y los motocarros,
de tres ruedas, han reemplazado para mayor seguridad de los pasajeros, a los de
dos, lo que da una pincelada de mayor tranquilidad al panorama de Guapi. Desde
la terraza del hotel, miro a los carritos como packcmans que se empecinan en
sortear los huecos cubiertos por la lluvia de la pequeña ciudad bullanguera.
Un motocarro en las calles de Guapi, Cauca |
Hay militares y policías en las calles y en los hoteles que
miran de manera hosca y desconfiada a los recién llegados (estamos en un país en guerra, los
civiles siempre serán sospechosos para ellos). Los colegiales y colegiales con
sus pulcros uniformes, un entierro con cánticos y rezos bajo los paraguas, la
escalinata de cemento que baja hasta encontrar el río Guapi y el gran bunker del vicariato
apostólico completan el panorama al recorrer su larga calle principal.
Le pregunto al conductor del motocarro por el alcalde y dice
que si acaso aparece por Guapi una vez por mes y que al igual que sus
antecesores está construyendo una gran casa. Pero las calles y otras obras
públicas están abandonadas lo que parece ser una constante en las regiones
colombianas donde persiste y se acuña la vieja manera de hacer provecho propio
con los dineros y los espacios públicos.
Los bienes comunes poco interesan, interesa el beneficio y para que persista esta manera de apropiarse de lo de todos, se tiene el poderoso aval de los caciques regionales, los mismos parroquiales que en el Congreso aprueban las leyes y reformas lesivas para el pueblo. Viejos caciques que con sus hijos o parientes, por décadas han usufructuado del poder y tienen vivo el mito y las mentiras del uribismo entre la gente con un procurador cómplice. Que mantienen, con sus incumplidas promesas de siempre y el miedo, la fe entre sus feligreses.
Los bienes comunes poco interesan, interesa el beneficio y para que persista esta manera de apropiarse de lo de todos, se tiene el poderoso aval de los caciques regionales, los mismos parroquiales que en el Congreso aprueban las leyes y reformas lesivas para el pueblo. Viejos caciques que con sus hijos o parientes, por décadas han usufructuado del poder y tienen vivo el mito y las mentiras del uribismo entre la gente con un procurador cómplice. Que mantienen, con sus incumplidas promesas de siempre y el miedo, la fe entre sus feligreses.
Volver a Guapi, es retornar a lo de siempre en las regiones
colombianas antes de elecciones, lo que deja la desazón de saber que se necesitan grandes
esfuerzos y tiempo para desencadenarse de la farsa y los mitos de la vieja Colombia.
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