Un homenaje a Germán Mendoza, editor de El Universal de Cartagena


Alberto Salcedo Ramos en El Colombiano


En la reciente celebración de los veinte años de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano se le rindió un homenaje al editor del periódico El Universal, Germán Mendoza Diago.
 
Los homenajes suelen ser una especie de indemnización moral que se les concede a ciertas personas para mandarlas al retiro. Pero en este caso es distinto. Primero, porque la organización que lideró el reconocimiento, la FNPI, no está interesada en jubilar la excelencia sino en promoverla. Y segundo, porque el homenajeado es ese tipo de reporteros que solo abandonará el oficio cuando se muera.

                                                        Alberto Salcedo y Germán Mendoza

Mendoza ha exhibido siempre una enorme capacidad de trabajo. A ratos resulta imposible saber si acaba de llegar o se dispone a irse, porque da la impresión de que vive en el periódico. Allí es el jefe más noble: cuando señala el problema, muestra las posibles soluciones; cuando ve a sus reporteros cansados, se queda en la oficina para cansarse con ellos.
 
Hace casi sesenta años El Universal -ese periódico al que le agradezco infinitamente el haberme concedido la primera oportunidad de trabajo- vivió una época de oro cuando tuvo en su nómina de reporteros a dos escritores portentosos de nuestra región Caribe: Gabriel García Márquez y Héctor Rojas Herazo.
 
Entonces el editor del diario era Clemente Zabala, un hombre taciturno al que le gustaba ejercer su oficio lejos de los reflectores. Era un titulador certero, un editorialista burlón y un promotor generoso del talento ajeno. No buscaba figuración pero se hacía sentir a través de su trabajo; hablaba poco pero cada vez que abría la boca regalaba una lección. Por su capacidad de iluminar aunque permaneciera callado, Rojas Herazo lo bautizó “el hombre-lámpara”.

Germán Mendoza es el otro “hombre-lámpara” de El Universal. Como Zabala, ha ejercido su magisterio en silencio y de manera generosa, ayudándonos a volar a todos los que hemos tenido la fortuna de trabajar con él. Jamás se le ha visto renegar de su oficio. Por el contrario, lo ha honrado cada día, entregándole su corazón y manteniendo limpias las uñas a la hora de escribir. Limpias de mugre y de cualquier ambición extraperiodística que deslegitime su relación con los lectores.
 
Por todo eso Mendoza merece con creces el homenaje que le obsequió la FNPI.
 
Llegó en la silla de ruedas en la que anda desde cuando empezó a padecer problemas de salud. Risueño, entero. La forma más digna en la que un hombre de su talla puede recibir ciertos honores no es poniendo el pecho para que lo condecoren, sino cediéndole la palabra a su obra.
 
Así que Mendoza subió a la tarima llevando en la mano un ejemplar del libro “La vida, una crónica fuera de serie”. Allí están reunidas doce de sus crónicas. El libro, que tiene el sello editorial de El Universal, había salido de imprenta ese mismo día.
 
Es grato adentrarse en sus páginas para leer el relato en el cual Mendoza revela minuciosamente la tras escena de la película “Quemada”, filmada en Cartagena; o para descubrir cómo en una visita a nuestro país el guerrero Yasser Arafat se sintió niño después de hartarse de dulces; o para leer la desgarradora historia del exfutbolista Jaime Morón, quien murió a los pocos días de haber sido amputado.
Mendoza sentencia hermosamente que Morón murió porque necesitaba irse detrás de sus pies. Y yo estoy seguro de que él, Mendoza, vencerá las adversidades porque necesita quedarse al lado de su libro, y porque quienes lo queremos necesitamos abrazarlo..

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