Recuerdos de Egon Wolff
Mario Delgado
Estos son solo recuerdos. Pero también una especie de
obituario. En cuarto o quinto de bachillerato, en el colegio de los jesuitas en
Pasto, Javier Sanín, un sacerdote de la compañía, nos daba literatura española,
y de vez en cuando, en las clases leía para nosotros, en voz alta y con una dicción
sobresaliente, textos que le parecían interesantes, desde
historias de terror hasta obras de teatro. La clase permanecía atenta, en un
silencio desacostumbrado para muchachos de quince o dieciséis años, con el bullarengue
metido en la carne de adolescentes. El padre Sanín nos metía en la cabeza la
sensibilidad por la literatura y nos mostraba el lado desconocido de la
sociedad a la que íbamos a salir de pleno dos o tres años después.
Una de esas lecturas era una obra de teatro de un chileno
llamado Egon Wolff, que siempre recordaba y que una día afortunado pude leerla
por completo pues, en una venta callejera de libros, conseguí el libro donde
estaba parte de su obra teatral. El libro, del Fondo de Cultura Económico, editado en México en 1964, era
una compilación de teatro latinoamericano contemporáneo y estaba a cargo de
Carlos Solórzano. En él también había teatro de Mario Benedetti y del peruano Sebastián Salazar Bondy.
Egon Wolff (1926-2016) |
Los invasores (1963), la obra de Wolff, me había impactado
desde esa lejana época del bachillerato, pues mostraba la realidad de nuestros países
a un grupo de muchachos, como los de mi aula, que se suponía aislados de los
problemas reales de la sociedad. En dos actos, la obra se desarrolla en la sala
de una casa opulenta que pertenece a un industrial chileno, Meyer, y es
invadida de manera paulatina pero firme por mendigos fantasmagóricos, de la
otra orilla de río, de la parte donde están los basurales en una ciudad que se supone Santiago de Chile. Las posturas de
Meyer y su familia, principalmente de su mujer, Pietá, cuando ven destruido el
orden establecido y su tranquilidad propia del barrio alto, y la sorna y el
desparpajo de China, la voz principal de los invasores, mostraban una crítica a
la sociedad estratificada y separada común en Latinoamérica. La sala de Meyer, un
lugar donde “nada de lo que ahí se ve sea barato”, es el escenario donde el
miedo se apodera del industrial. El miedo que aparenta desaparecer cuando Meyer
despierta de una supuesta pesadilla, renace sin misericordia cuando una mano mugrienta
aparece moviendo el picaporte de la ventana.
Pude leer después que Víctor Jara, la había llevado a las
tablas en los 60s. No por ser tan lejana, la pieza de Egon Wolf, es un teatro
anacrónico. Lo recordaba ahora que no han dejado que los líderes de las Farc,
en este caso los invasores, entren al Congreso colombiano. La llegada de los
exguerrilleros es una pesadilla para quienes han ostentado por décadas el poder en Colombia, un
poder en este caso de varios congresistas de los partidos tradicionales y de los movimientos hechos en los afanes electorales, adquirido más por medios ilegales y violentos que legales pues 60% de ellos tienen
antecedentes de parapolítica; un poder enquistado en el uribismo y mal habido donde el temor crece pues las prebendas
pueden desparecer ante la invasión de quienes hasta hace poco disparaban tiros
en el campo colombiano y que se acogieron al proceso de paz impulsado por el gobierno Santos (2010-2018).
Egon Wolff, ha muerto a finales de 2016 a los 90 años;
nacido en Santiago, hizo su carrera teatral inicial en el Teatro experimental
de la Universidad de Chile y ganó el premio Casa de las Américas en 1970.
Desconozco si alguna vez alguna de sus obras haya sido montada en Colombia
donde la separación de las clases sociales es tan evidente pues basta ver la
segregación actual de las cartografías de las ciudades colombianas donde los estratos y la más violenta desigualdad hacen que no se conviva sino más bien se fragmenta y se separa la vida cotidiana de los habitantes. Pequeños oasis de las clases burguesas rodeadas
de invasiones. Nosotros y ellos, ellos y nosotros; así son las ciudades colombianas. Quizá por eso, mantengo a Los invasores, en un
espacio latente de mi memoria que salta cuando tomo una caminata por distintos sitios de Popayán.
Comentarios
Sin duda, la obra de Egon Wolff, una premonición de los sucesos actuales de Chile.