John Taylor
D
e padre de Providencia y madre de Pasto, John Taylor Gavilanes fue mi compañero de colegio hasta el cuarto medio. Fue una extraña mezcla de las culturas que anidan en los extremos de Colombia a quién le perdí el rumbo hasta una tarde cuando encontré un libro de cuentos firmado por John en la casa de veraneo de un amigo. ¿Cuando empezó a darse cuenta de la complejidad de sus orígenes, desde el sur de Colombia, donde las raíces del Tawantinsuyo están vivas, hasta las islas colombianas en el Caribe, donde muchos hablan inglés y practican la religión bautista?
Ha muerto en Pasto a los sesenta años y he encontrado varias notas sobre su vida y su obra en una búsqueda rápida en las noticias de la red. La escritora Melba Escobar hace una semblanza de la movida vida de John. El teatro, la literatura, los talleres de creación literaria ocuparon sus días en la isla.
Me quedan estas dos crónicas sobre su vida y recuerdos vagos cuando éramos adolescentes en el colegio de los Jesuitas en Pasto.
El mundo de Taylor
Melba Escobar, El País, 4 de julio de 2017
La primera vez que vi a John Taylor me pregunté de dónde sería. Unos ojos muy pequeños, delgado, bajo de estatura, el pelo cano y desordenado, el andar caribeño, la piel tostada y un acento indescifrable. Antes de saber que su madre era pastusa y su padre de Providencia, ya me había dejado una sonrisa honesta, de dientes amarillos y ojos brillantes, tan convincente y sincera como todo cuanto provenía de él.
Con su andar relajado se acercó a mí y me dejó una chocolatina en el bolsillo. No imaginaba entonces que nos haríamos amigos. Menos aún que se convertiría en una persona definitiva en mi vida.
John Taylor y su grupo de teatro en Providencia
Pasaron los años. Lo veía en Bogotá o durante el ‘Hay’ en Cartagena donde se hacía un encuentro del Ministerio de Cultura. Conversábamos entre una reunión y otra, casi siempre de manera entrecortada, así fui acumulando chocolatinas en los bolsillos y datos fragmentarios: que estudió nueve semestres de Ingeniería Mecánica en la Universidad Nacional, que se fue a viajar por el mundo, que recorrió Suramérica, que viajó en un barco y llegó hasta Dinamarca donde se casó con una danesa que al cabo de unos años le rompió el corazón.
De ingeniero, pasó a marinero. A bordo de un barco viajó por Europa y Asia. El mar Negro, la India, Turquía y Egipto, fueron algunos de sus destinos. De allá se vino cargado de historias y especias que usaba para preparar las más deliciosas comidas en su choza frente al mar, donde hace seis años tuve el privilegio de pasar unos días. “Te invito a mi shanty”, me dijo, y yo sin pensarlo llegué a su casita diminuta y caótica, llena a rebosar de libros, artesanías, computadores estropeados, vinos frutales, chutney y vinagres hechos por él, su dulce de ciruelas, su vino de tamarindo, la radio siempre encendida, el mar de los siete colores al otro lado de la ventana por donde entraban la brisa y los insectos. Fui una de las pocas personas que vivió en su choza, que tuvo el privilegio de compartir su mágica cotidianidad, tan anacrónica, tan sin afán ni ornamentos.
Ahí probé el pescado que él mismo pescó y preparó en su estufilla de una sola hornilla. Y ahí pensé por primera vez que John era un sabio y había tomado en la vida todas las decisiones correctas: no cargar equipaje innecesario, ni convertirse en amo ni esclavo de nadie.
El sabio John fue profesor de matemáticas en la escuela de la isla, años más tarde empezó a dictar los talleres de escritura. Con el afán de recuperar el creole, hace un par de años empezó el montaje de una obra de teatro con actores naturales. En la isla, John era quien podía arreglar un aparato electrónico, lo mismo que escribir un libro de cuentos, hacer artesanías o traducir la historia de Providencia al español. Nunca entendió de categorías, ni de barreras, o por decirlo de una manera menos enredada: siempre hizo lo que le dio la gana.
Hace una semana John nos dejó para siempre. “Sabía sacar cosas buenas de las personas”, me dice su hermana Sonia. Y cuánto entiendo lo que me quiere decir. “Vivía bajo su propia ley”, dice su hermano Jimmy, “y en sus viajes sólo llevaba comida, nunca ropa”, recuerda el menor de los ocho hermanos.
John deja una pena alegre, pues pensar en él no puede ser otra cosa que un momento feliz y cargado de inspiración. Sólo puedo pensar en cuanto me dio sin cansarse ni esperar nada a cambio. Él era así. No entendía de transacciones, y eso de dar esperando algo a cambio no existía en su mundo. Buen viaje, maestro. Cómo te vamos a extrañar.
John
El jueves de esta semana murió, prematuramente, John Taylor. Una pérdida muy sensible para sus muchos amigos y para la cultura en Providencia. John era, como se dice y en el mejor sentido, un personaje. Mezcla4sui generis, por sus padres, de Providencia y de Pasto, reunía los mejores elementos de estas dos culturas disímiles: la amabilidad, la inteligencia, el don de gentes, el sentido del humor.
Después de trasegar por el mundo, de vivir en Dinamarca y de visitar la India en busca de la sabiduría del yoga y del budismo, de los cuales incorporó elementos en su modo de ser, regresó a Providencia. Allí, al modo de Fray Luis de León, aunque no creo que esta comparación le hubiera gustado mucho, trató de vivir como este nos enseña:
Qué descansada vida
La del que huye del mundanal ruido
Y sigue la escondida
Senda por donde han ido
Los pocos sabios
Que en el mundo han sido
No estoy muy seguro de que lo haya logrado, porque su innata sociabilidad, a pesar de su deseo de soledad, pudo más, y porque tenía mucho por hacer. No soy el mejor testigo de sus ejecutorias pues, a pesar de que rara vez pasaban 15 días sin que charláramos un buen rato y nos acompañara a almorzar, solíamos hablar de otras cosas, de libros, de los acontecimientos de las islas y del mundo.
Aunque en realidad hablábamos de todo, pues su curiosidad cubría muchos campos, y quizá porque el fin de la charla era sobre todo la charla en sí, entendida como un amable discurrir de ideas con un fuerte, pero tranquilo, trasfondo humorístico. John era un estupendo conversador y polemista, siempre calmado aunque se estuvieran expresando ideas contrapuestas.
De sus trabajos como profesor de escritura creativa, como director de teatro, como escritor, como activo internauta, nos dirán quienes conozcan mejor esas facetas. Ojalá alguien pueda continuar su labor, en especial con el grupo de teatro con el que nos divirtió muchas veces, y que es un esfuerzo notable de trabajo colectivo en el campo de la cultura. Yo solo quiero dejar esta breve constancia en memoria de alguien que nos hará mucha falta.
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