Guernica, la lluvia de la muerte



LA LLUVIA DE LA MUERTE

Jaime Cárdenas

Son niños y niñas que permanecen sentados en el piso de madera, un grupo seguramente escolar. Se encuentran mirando unos dibujos en blanco, negro, gris. Se ve un toro, un caballo, una mujer con un niño en brazos, un hombre sobre el suelo con la boca muy abierta, rostros, objetos. Son dibujos como los que suelen pintar los niños, es decir, que no corresponden a la realidad, a la forma generalmente común que se percibe por los sentidos sino a su propia visión del mundo.

Estos pequeños están sentados frente al Guernica de Picasso. Se hallan en el museo Reina Sofía de Madrid, donde finalmente llegó el gigantesco lienzo, luego de peregrinar, como su autor, por muchas ciudades, entre ellas New York, donde estuvo un buen tiempo en el Museo de Arte Moderno.




He visto la foto de estos menores varias veces pretendiendo escudriñar qué dice su rostro, sus emociones. Lamento no tener una interpretación de ellos sobre la obra. Sin embargo, me atrevo a afirmar que la comprenden perfectamente. No hay duda de que seres y objetos son claramente identificables, pero ¿Cuál es el sentido más profundo, si lo tiene, del Guernica?

Considero que esos niños se encuentran mejor capacitados para ver lo que el adulto no ve; tal vez la ceguera del adulto sea el castigo por haber permitido que se diera muerte al niño que una vez fue.

Cuando se es niño la interrelación del mundo circundante es evidente, la fragmentación de la realidad no es su universo, así no ve. El niño es un vidente, un chamán. He vuelto también varias veces al escrito de Max-Neef, el premio nóbel de economía alternativo, en el que hace singulares reflexiones sobre la creatividad. Es terminante en afirmar que la sociedad, la nuestra, la inteligente, urge porque el niño pierda contacto con los mundos paralelos con los cuales él tiene relación y que nosotros ya no vemos. Muestra a un niño que, en una pradera sintiéndose solo, empieza el diálogo con esa otra realidad, con esos seres vivos existentes, no así para el adulto, a menos, advierte, que se esfuerce como el poeta a ligar lo que la realidad muestra aisladamente.

Tal vez, esa capacidad del niño de ver lo invisible para el adulto se pueda expresar en los poderes de ese infante que pedalea en su triciclo en los corredores solitarios del hotel de la montaña, en `Resplandor´ la película de Kubrick, obra maestra del terror que bien vale la pena intentar ver en una cabaña desolada en un invierno agreste, probando y descubriendo. Aprendiendo.

Porque el esfuerzo que nos pide Max-Neef es necesario para ver el Guernica de Picasso. Hay que dar el paso. Es un esfuerzo de otro orden, hay que pasar a otra dimensión, que no es la traducción del símbolo, ni leer y leer sobre cubismo y expresionismo, todo lo cual es una grata aventura del espíritu, pero no basta o no obra como un requisito. Pasar a otra dimensión. La del propio cuadro que nos introduce en la derrota total, no la de un bando, la derrota de la humanidad, la barbarie.




Dar el paso para revivir la realidad que yace muerta por el peso de los martillazos con que formatean nuestro cerebro, haciéndonos indiferentes a los crímenes más horrendos. Un paso para explorar el mundo que hemos permitido, cuando se abre el horror, el infinito horror, el dolor.

El lienzo se pinta en recuerdo del bombardeo a Guernica el 26 de abril de 1937, la población vasca de los libres, que prácticamente desaparece con las bombas de la legión Cóndor, compuesta por los fascistas alemanes e italianos quienes acuden en defensa del chafarote Franco y sus hordas, en plena guerra civil, para derrotar a la República española, otro intento épico de un mundo mejor.

En otra foto reciente, un afgano tiene un rostro de dolor indescriptible. Los drones de los gringos redujeron a retazos de carne a sus hijos, a su mujer a sus padres, a su familia, a sus amigos cuando departían en una fiesta. En una esquina del Guernica, la mujer clama con su hijo muerto en sus brazos. Es el mismo sufrimiento el del afgano y el de la madre. El dolor ante la crueldad del poder fascista. El que se ha vivido en Bagdad y en el Vaupés, en Damasco, el que se vivió en Hiroshima.





 

Adentrarse en la dimensión que el arte, el Guernica convoca, esta más allá de lo decorativo y del consumo; nada tiene que ver con la denuncia, ni está al servicio del partido, de la ideología, de nadie. Habrá que reinventar las palabras, la gramática, como quería Nietzsche, de manera que podamos expresar lo que desde los limites nuestros hemos reiterado como otra dimensión.

“Los artistas que viven y trabajan con valores espirituales no pueden ni deben permanecer indiferentes ante un conflicto en el que los valores más elevados de la Humanidad y la civilización están en peligro.” Pablo Picasso.

Fotos de National Geographic

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