La rumba de Panamá

La rumba de Panamá

Jaime Cárdenas


La Fábula del Tigre y el Conejo gustó a sus contemporáneos, no ocurrió lo mismo con la decisión de su autor, a la sazón presidente de la república de Colombia por un golpe de Estado, de entregar Panamá a los gringos, hace cien años. 

Todo fue, como canta La Muchacha, por debajo de la mesa. Marroquín puso sus títeres de gobernadores en el Istmo, los gringos dieron plata allá, deslumbrantes dólares, apostaron sus buques de guerra y sus cañones, vino la farsa del levantamiento en Panamá por su separación y Roosevelt siguiendo la doctrina Monroe dio el zarpazo; no tuvo escrúpulos en confesarlo: I took Panamá. El tratado Herrán-Hay era una realidad. 

Hubo descontentos, Victoriano Lorenzo quien siguió dando bala como buen liberal de ese tiempo y fue fusilado por Marroquín; Vargas Vila, pesadilla de conservadores y clérigos, quien escribió en Los Césares de La Decadencia.  Marroquín con un puñal en una mano, y, un libro de cuentas en la otra despojaba a los vencidos, y, como Shylock, reducía a oro, la carne que cortaba del cadáver de la República…

Victoriano Lorenzo


Panamá se fue de Colombia y Marroquín continuó haciendo rimas, mientras el olor de la sangre de la Guerra de los Mil Días todavía se respiraba en la geografía patria, en toda la geografía nacional, pues fue una contienda feroz que se extendió hasta la Guajira salvo al Amazonas donde todos eran conservadores y no hubo liberales que combatieron en su contra, o a Antioquia, por los mismos motivos. Al parecer allí todos siguen siendo conservadores. 

¿Cuál habría sido el destino de Panamá, quedándose en Colombia? No es fácil la respuesta, lo cierto es que la Panamá de hoy poco recuerda a su madre y ésta seguramente no la reconocería; tanto y mucho ha cambiado en un siglo. Ciertamente no fue buena la madre, ergo, no podría exigirle mucho a la hija descarriada.

Pero, todo depende de ángulo de visión. Si los grandes centros comerciales y los rascacielos son señal de éxito no hay duda de que Panamá ha progresado; pero si enfoca su destino en vivir arrodillada a los Estados Unidos, ser depósito del capital oscuro, fruto del narcotráfico, del robo al Estado, de la trata de personas, la venta de armas, que esconden los dineros que allá llegan y se mueven subrepticiamente protegidos por las perversas leyes del capital, podría afirmarse que se ha prostituido. 

Séneca enseña las ventajas de disfrutar lo que se tiene y de no ambicionar lo que no se tiene; entre otras, ser más libres. Y pinta con gran ironía a aquellos que al viajar van anunciando con sujetos a caballo que ahí van ellos levantado polvo; son los que más que se dedican a ostentar, en emulación de otros vanidosos. Una de las causas de nuestros males es que vivimos por imitación, añadía el gran maestro hace tantos siglos. Conservan vigencia sus palabras. 


Lo cito pensando en Panamá, en nuestro propio destino como país, en la necesaria pregunta que individual y colectivamente siempre hay que hacerse: ¿Para dónde vamos? O acaso, ¿por alcanzar el cielo con sus rascacielos, por pavonearse de sus caballos y sus camionetas, por el todo vale, Medellín no ha pagado un precio descomunal en sangre que pudo haber ahorrado? 

No creo que Panamá, su destino, sea digno de imitar. Pudo ser otro su presente si los gobernantes, si los presidentes no hubieran sido tan bellacos, sin los gringos, y si éstos no hubieran derribado el avión del general Torrijos, patriota panameño comprometido con su pueblo y con la unión latinoamericana.

Así es nuestra historia.  

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