Tuluá Reich



Jaime Cárdenas

Cuando Hitler consideró que había llegado el momento del exterminio del pueblo judío, se tenía de por medio toda una ideología que sustentaba el genocidio, una doctrina que se había ido conformando por voces muy disimiles desde tiempo atrás, desde el siglo XIX.

El judío fue el blanco racial de su persecución. Ser judío fue también un concepto abstracto. En el judío cabía el reclamo por el desarraigo de la vida comunitaria, por la impersonalidad de la sociedad contemporánea, en él se centraba la protesta contra la racionalidad y frialdad del cálculo egoísta propio del capitalismo, en su odio cabía el odio al proyecto revolucionario de los bolcheviques. No fue casualidad que, en 1933, iniciando el ascenso del nacionalsocialismo al poder, Hitler participara de la quema de libros de autores judíos y de los libros de autores marxistas.

En esa sustentación del proyecto nazi que conducía a determinar quién debía vivir y quién debía ser exterminado o esclavizado, como soñaron los jerarcas nazis con los millones de rusos, se habían estructurado las mas disimiles teorías. Sus médicos, bajo la égida de la pureza de la raza apuntaban a la eugenesia. Carl Schmitt había construido un sólido discurso sobre el derecho nazi que daba al traste con el corpus del derecho liberal garantista; había científicos que hablaban de una nueva física, en contra de la física del judío Einstein. Se contaba con una nueva estética que alimentaba lo erótico – pensando en los niños que nacerían, en el soldado para la guerra-; la visión de la arquitectura aria y nazi les hizo soñar en ciudades esplendorosas construidas sobre la base de su ideario. Así lo registra en detalle el arquitecto Albert Speer, uno de los más talentosos colaboradores del nazismo.


Caricatura de Mheo para El País


Pero ese compendio de ideas, ese proyecto, no fue conocido por los millones de alemanes que acompañaron a Hitler. A las masas de se les adoctrinó en aspectos puntuales, repitiendo como lo aconsejara Goebbels, el orgullo alemán, la gloria pasada de la raza aria, la necesidad de resarcir la humillación del tratado de Versalles, el odio al judío; consignas muy concretas, perfectamente articuladas, todo ello en escenarios donde la mente sucumbía y vivía el placer de la unidad, de la protección del padre protector, aquello que con tanta lucidez refiere Freud en La Psicología de las Masas y análisis del Yo.

No creo que los policías de Tuluá conozcan los entresijos del nazismo. Tal vez sean ignorantes totales del partido nazi y sus presupuestos ideológicos. Los generales si saben de que se trata. Como lo sabía Pedro Juan Moreno, quien fuera muy cercano a Uribe hasta que se rebeló, decidió sacar un periódico que se llamaría La Verdad y muere en su helicóptero con su hijo, al mezclarse agua al combustible. Pedro Juan Moreno sabía párrafos enteros de Mi Lucha, el libro de Hitler en que consigna su ideario. Los recitaba cuando estaba borracho y sacaba su arma y levantaba su brazo, como los nazis.

Y saben del nazismo Londoño, José Obdulio, María Fernanda Cabal, el exprocurador Ordóñez, Molano. Sabe de qué habla la senadora Paloma Valencia cuando dice que se debe dividir el Cauca entre blancos e indígenas. Y naturalmente Álvaro Uribe.

Los policías de Tuluá no conocen ese entramado de ideas que llevan al infierno, a los campos de concentración. Pero en su inconsciente, en su mente, hay algo que los lleva a simpatizar con la cruz esvástica, con todos esos rituales. Igual sucede con la oficialidad del ejército y con las camionetas blancas en Cali; la gran mayoría de estos ciudadanos no ha leído un libro completo, sin embargo, saben a quién se debe exterminar, a quién hay que disparar. Y como ellos, en Colombia no es raro encontrar taxistas, tenderos, jóvenes profesionales desempleados, amas de casa que quieren soluciones finales que frenen el caos y la inseguridad, que impongan orden. 

El huevo de la serpiente se ha venido incubando desde hace un buen tiempo con gran éxito.



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