Petro y Francia: La gran Marcha

 

Jaime Cárdenas

"Que cese la horrible noche de nuestra historia es hoy nuestra esperanza"

Entre las palabras de nuestro idioma la esperanza es una de las de mayor belleza, tanto por su música como por lo que significa. Los animales, hasta donde sabemos, no miran al futuro. Los humanos descubrieron el porvenir y seguramente en ese instante también nació la esperanza.

Y su significado adquiere grandes dimensiones cuando anida en el espíritu de un pueblo. En ocasiones, todo está perdido, al parecer irremediablemente perdido, pero una luz queda viva, es la palabra congregando a los que resisten, como debió suceder con los atenientes ante el descomunal ejército persa, con los rusos cercados por el ejército nazi, con Jesucristo cuando la noche llegaba a la soledad de su cruz, con Mandela confinado en las jaulas de los opresores.

Cuando se piensa en las colectividades, la esperanza, sin perder su espontaneidad, sin que se borre el halo poético que la envuelve y le confiere misterio y belleza, cuando se espera el triunfo de un pueblo sobre sus opresores es necesario, en todo caso, que además de perpetuar su ensoñación, sea interpretada atendiendo a las cosas cotidianas, poniendo la grasa de los carros de combate, cuidando de los alimentos de los guerreros; y es necesario, imprescindible, que se esté permanentemente observando a los que ingresan a las filas como aliados de las contiendas. 

La excesiva confianza no es generosidad, el abrir las puertas sin sopesar quién entra de aliado puede ser fatal; nunca se debe olvidar preguntarle su opinión a los que marchan, no en los carros de combate, no en la gran caballería, sino a los que van al frente de la batalla portando los estandartes y los pendones, poniendo el pecho en la lucha. Olvidarlos, relegarlos, dejarse encantar por los cantos de sirena de quienes se consideran los más hábiles generales y se les recibe con alfombra de oro es un pecado de lesa dirigencia.




El convocar a los pueblos a la lucha frontal contra la tiranía despierta la esperanza de mejores días: ella había permanecido dormida, pero vuelve a despertar fresca y lozana y crece, como los pinos jóvenes levantando sus brazos al viento.

Quienes han convocado a los pueblos a dejar atrás a los tiranos deben ir hasta las últimas consecuencias. Una lucha contra la tiranía, si es verdadera, tiene la certeza de ser una causa justa. Sin embargo, tanto el éxito como el fracaso son probabilidades constantes. Los verdaderos dirigentes deben alertar a los pueblos que luchan contra la tiranía que no desfallecerán y que vendrán nuevas estrategias, imaginación, disposición sin claudicaciones.

Uno de esos tantos desaforados guerreros de estas tierras dijo en alguna ocasión: Para el verdadero luchador la derrota es un punto y coma. Otra generación ha surgido detrás de él y hoy enarbola los estandartes de la libertad por los que dio la vida.

En este día nos asiste el derecho a tener esperanza. Confiemos en que el viento esté de nuestra parte. Se ha dicho por la tradición popular que los muertos por la espada, por las ráfagas de los gendarmes, los que se fueron y aun no han regresado para enterrarlos, recorren las noches, tristes, angustiados, vagan sus almas por las calles desoladas de las grandes ciudades, por los campos solitarios, ayer alegres, llenos de vida, se ha dicho que esos muertos requieren cristiana sepultura para descansar. Agregaría que las voces de los animales que desaparecen por los venenos de las empresas contaminadoras, de los ríos que se secan por la codicia de los poderosos, de los árboles que son muertos por las máquinas de los descuartizadores también claman por su justicia, para así dormir su sueño renovador en la madre tierra.

Que cese la horrible noche de nuestra historia es hoy nuestra esperanza. Salimos de nuestra casa, desde nuestro pequeño mundo y vamos a buscarnos, a encontrarnos. Nuevamente hay que subir a la grupa del caballero andante. Al menos que un día como hoy soñemos haber regresado al paraíso

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