Los abuelos de Saramago



Jaime Cárdenas

Cuenta José Saramago que siendo niño vivió en el campo con sus abuelos, les ayudaba en sus faenas, cortaba leña, sacaba agua del molino; que cuando hacía mucho frío sus abuelos, campesinos que vivían de criar y vender cerdos, llevaban a su cama a las crías, las abrigaban dándoles su calor humano y el de sus frazadas, que lo hacían defendiendo su pan, allá en Azinhaga en Portugal. Cuenta también que en las noches de verano su abuelo lo llevaba al pie de un árbol de higuera y allí dormían, y que él se arrullaba con las historias de su abuelo.



Balint Zsako



Recordó estas cosas de su infancia en su discurso, cuando se le otorgó el premio Nobel. En ese inolvidable escrito catalogó a su abuelo como el hombre más sabio que había conocido y dijo que este abuelo sabio no sabía ni leer ni escribir. Se llamaba Jerónimo Melrinho y su esposa, también analfabeta, se llamaba Josefa Caixinha a quien evoca en su gran riqueza humana y por su belleza en su juventud. Los recordó con gran amor y respeto por sus vidas.

Saramago en Estocolmo dijo que su abuelo, allá en su mundo, consciente de que iba a morir fue a despedirse de los árboles, fue a abrazar a cada uno llorando porque sabía que nunca más los iba a volver a ver.

Siempre que vuelvo sobre estas páginas inmortales veo a los abuelos de Saramago y admiro la sabiduría del pastor y de su esposa. Ellos guardaban un conocimiento profundo sin mayores altisonancias, sin esos exhibicionismos de diplomas tan frecuentes en juristas y médicos que venden la justicia y la salud. La sabiduría de estos abuelos de Saramago correspondía a un saber que se acercaba a la naturaleza con total coherencia, sin la cual la lógica sería inexistente, y con un profundo amor por ella, sin el cual estamos condenados al infierno que ya es el mundo, precisamente por su desprecio.

Los libros que amamos, los lápices de colores de los niños y de las niñas, la mesa del poeta, la de la mujer artesana, los delicados palos de las cometas, las maderas de los barcos, ese milagro: la guitarra, son regalos de los árboles.

Es bueno tenerlo siempre de presente. Y no olvidarlos, defenderlos a muerte, los árboles son nuestros hermanos, la experiencia personal nos lo ha ratificado.

En estos días de incendios y calores asfixiantes he recordado a esos abuelos de Saramago, ellos son de alguna manera los abuelos sabios de la humanidad frágil y ciega. Son brújula para evitar el fin.


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