Sin novedad en el frente

El actor Felix Kammerer en la película Sin Novedad en el frente (2022)

 


Sin novedad en el frente

Felipe Solarte Nates.


Sobre el pegajoso barro sanguinolento camina un soldado, se detiene ante un cadáver, arranca su placa de identificación, revisa su chaqueta, la billetera con algún retrato de familia y empieza a quitarle las prendas militares. La dobla y suma al paquete obtenido de otros caídos en combate. Al final de su jornada, las comprime en fardos, que serán llevados a piscinas llenas de espumoso jabón donde mujeres les ablandarán el barro y la sangre antes de limpiarlas, secarlas, volverlas a arrumar para que en otro camión sean llevadas a un taller de modistería, dónde más mujeres pedalean en sus máquinas de coser para remendarlos y taparles los huecos por donde entraron y salieron las balas.

Terminada esta labor de nuevo serán empacados con destino a los centros de reclutamiento, donde, a veces por descuido de las costureras, conservan el nombre de los muertos. Reclutas entusiastas (futuros cadáveres), orgullosamente las lucirán sobre sus cuerpos.

Esta cadena de reciclaje de ropa y carne humana, es ignorada por siete jóvenes estudiantes de secundaria de una pequeña ciudad alemana, que en medio de bromas celebran su inscripción voluntaria al registro de la Wehrmacht sin el consentimiento de sus padres. Por la edad sueñan convertirse en héroes, admirados por sus familiares y vecinos, y esperan regresar triunfantes y orgullosos de los campos de batalla, ilesos y enteros, cargados de medallas, listos para recibir en el altar a sus novias que los admiran.

No saben que irán a enterrarse en el paralizante y tembloroso terror incubado en trincheras llenas de barro, mezclado con sangre y excrementos, dónde deberán soportar, frío, hambre y la crudeza de la primera carnicería a gran escala durante la Primera Guerra Mundial de 1914 a 1918, en la murieron 17 millones de personas sacrificadas por la ambición de los industriales, fabricantes de armas y banqueros que dominan las finanzas del planeta; decidieron que era hora de barajar de nuevo en encarnizadas batallas para que, al final de la partida, repartirse continentes y países. Existían entonces, los imperios turco-otomano, austro-húngaro y zarista, que después de la Gran Guerra desaparecieron para afianzar los ingleses y franceses, y sentar las bases del imperialismo norteamericano. Se inventaron nuevos países sometidos, para apoderarse del oro negro de los pozos petroleros y otras riquezas de las neocolonias.

“Sin novedad en el frente” (Im Westen nichts Neues), es una película alemana de 2022, dirigida por Edward Berger, ganadora de premios y disponible en Netflix, es una muestra de la realidad de la guerra, crudeza en las batallas, heridas descarnadas, muertes violentas. También evidencia el drama psicológico enfrentado por los reclutas, casi niños, que de la noche a la mañana pasaron a “jugar” la guerra de verdad, en medio de explosiones, voladura de ensangrentados pedazos de cuerpo de sus compañeros por encima de sus cabezas, y quienes en momentos de vida o muerte deberán luchar, armados de sus bayonetas, cara a cara con el enemigo.

El protagonista, interpretado por Felix Kammerer, se entraba en una lucha con un rival del bando francés, lo mata y al mirarse en el espejo de la juventud y dolor de su víctima que agoniza en medio de lamentos e intentos desesperados por respirar. Al no soportarlos y con la culpa que lo domina, decide llenarle la boca de tierra para que se muera rápido y no tener que escucharlo; pero ante su prolongada agonía, abrumado por el remordimiento, se compadece, revive su fibra humanitaria y arrastrándose regresa donde su víctima para sacarle la tierra de la boca, limpiar su rostro con agua del pozo e Intentar curar sus múltiples heridas que al final lo llevarán a morir entre sus brazos.

La historia, homónima de la clásica novela de Erich María Remarque, está enmarcada en los estertores de la guerra, cuando los socialdemócratas alemanes intentan convencer a los monárquicos y conservadores generales prusianos para que en un vagón de un tren militar, firmen el armisticio, pues la guerra la tienen perdida, después que, con centenares de miles de soldados, grandes recursos y su potente industria militar, los norteamericanos han inclinado la balanza enviando sus ejércitos a combatir al lado de los franceses y británicos.

Cuando ya han fijado fecha y hora para el armisticio los soldados sobrevivientes se vuelcan a celebrar consiguen vino y champaña, y se relajan en medio de sus sueños para cuando regresen; pero no cuentan con el ego y falso honor militar de un bigotudo general alemán, descendiente de una casta de guerreros prusianos que desde 1871 han luchado en varias guerras contra Francia, y quien desde su comedor suculentamente abastecido con los mejores manjares y vinos, se opone radicalmente al armisticio. Para despedirse “con honor y valentía”, pocas horas antes de que se inicie el cese al fuego, arenga a sus soldados. Por medio de sus oficiales, les ordena a sus macilentos soldados lanzarse a la última batalla, de frente ante ametralladoras y cañones.

Los sobrevivientes soldados alemanes que ya se soñaban en sus casas, son diezmados por los lanzallamas de los franceses, y al final, de los siete compañeros de clase del bachillerato, sólo regresa uno, el encargado de quitarles a los muertos la placa de identificación.

Esta película es una diatriba contra la insensatez y el sinsentido de las guerras, con miles de hombres sometidos a los egos y afanes de dominación de unos pocos oficiales y los poderosos hombres de negocios que fabrican las armas, controlan las instituciones del Estado y convierten a los jóvenes en carne de cañón para ensayar la efectividad y potencia de sus mortíferas creaciones, y, de paso, apoderarse de nuevos territorios, negocios y riquezas, antes de sentarse a negociar la paz y las ganancias con sus rivales.

“Sin novedad en el frente”, lleva, con los siete adolescentes de la película, a pensar en las guerras actuales como la de Ucrania, el genocidio en Gaza y lo que sucede varias regiones de Colombia, -entre ellas el departamento del Cauca-, donde a diario reclutas forzados de la población campesina, indígena y afro son engañados o reclutados a la brava por grupos autoproclamados “liberadores” del pueblo, y los ponen en primera fila de los combates en medio del fuego cruzado, luchando entre ellos o con las Fuerzas Armadas del Estado, por apoderarse de nuevos municipios y veredas, controlar el narcotráfico, la minería ilegal, el secuestro o la extorsión; mientras tanto, líderes prepotentes y a salvo de las balas, buscando pretextos supuestamente ideológicos y políticos, dilatan las negociaciones de paz con el Gobierno y se fortalecen para reciclar eternamente el monstruo devorador de la guerra, entrenando a muchos jóvenes en manejo de armas que morirán en medio de la violencia que generan.

De esta manera, alimentan una sociedad de personas trastornadas mentalmente al sufrir desde temprano los horrores de la violencia y la guerra. Después de desmovilizados, los que no reorganizan sus vidas y se salvan de las venganzas, salen sin escrúpulos para delinquir y matar en las veredas y calles de los campos y ciudades colombianas.

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