Caminando con Pacho
Ayer, en medio de la cotidianidad de los mensajes digitales, recibí una tarjeta con la invitación al funeral de Francisco José Paz Orozco. Al ver el nombre no lo reconocí de inmediato, pero cuando observé la fotografía, supe que se trataba de Pacho Paz, como lo conocíamos quienes tuvimos el privilegio de compartir su amistad. Nunca estamos verdaderamente preparados para esas despedidas definitivas, y menos aún cuando asistimos, como dijo un escritor caribeño, al incesante desfile de quienes pertenecen a nuestra generación. Curiosamente, esa misma semana había recordado esta frase ante la partida de otro colega.
Con la noticia, mi primera reacción fue enviar un mensaje a Mario Delgado, quien me la había compartido. Después también lo hicieron Ricardo León Paz y María Cecilia Velásquez. A Mario le escribí: “Qué triste la partida de este amigo, tan lúcido y con una profunda conciencia ecológica, social y ciudadana.” Recordé, con nostalgia y gratitud, las caminatas de los domingos que compartíamos. Caminar junto a Pacho era emprender un viaje a través de la memoria, la imaginación y las utopías; una experiencia en la que las conversaciones nos abrían puertas hacia ideas y propuestas ambientales, socioculturales y comunitarias, y hacia nuevas formas de ciudadanía.
Esas caminatas eran, en muchos sentidos, un semillero de sueños y proyectos. Pacho siempre buscaba caminos para hacerlos realidad, compensando las limitaciones físicas que su vista le imponía con una inquebrantable vitalidad y una visión optimista. Desde los espacios más cotidianos —el barrio, la calle, su querida ciudad de Popayán—, Pacho encontraba el terreno fértil para convertir en acciones concretas los ideales que germinaron en las generaciones de nuestro país durante la segunda mitad del siglo XX.
Recorrer la ciudad con Pacho fue también una experiencia entrañable. Hijo de Popayán e ingeniero catastral, poseía una sensibilidad que trascendía lo técnico y tocaba lo humano y lo histórico. En cada recorrido, Pacho activaba su memoria, recordando las casas y familias de su infancia, reconstruyendo los barrios que surgieron en Popayán después de los años cuarenta. Aunque su vista física se deterioró tras un accidente cardiovascular, eso no le impidió ver con una claridad admirable; aprendió a mirar desde los ojos del corazón y el espíritu, con una lucidez y una sabiduría que nos enseñaron a todos.
Hoy, en tu partida, recordamos y valoramos las lecciones que nos compartiste. Vuela alto, querido amigo, en ese nuevo horizonte.
María Teresa Pérez Hernández
26 de octubre de 2024
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