El poeta de L’Isle-sur-la-Sorgue

 

Carlos Fajardo

Para Katy Ripplinger y Hebert Cruz en su provenzal Céreste


Tierra en la que no duermo, espacio donde despierto, quién vendrá cuando vosotros ya no estéis? (en qué me convertiré tiene para mí un calor casi infinito)”. Estos versos de René Char me guiaron hasta su tierra natal, donde sabía que entendería algo de su misterioso abecedario poético, algo de su lúcida aparente oscuridad en medio de tanto abismo. Tierra de vigorosos y robustos platanes, cipreses, viñedos, con llanuras de tomillo y lavanda de donde extrajo su poesía lúcida y secreta, y donde lo escucho decir: “El espacioso rayo y el fuego del beso traerán paz a mi tumba que erigió la tormenta”.


Rene Char



Con estos versos de su hermoso poema “El árbol herido” una tarde de septiembre me he situado ante su sencilla tumba en el cementerio de L’Isle-sur-la-Sorgue, tratando de descifrar sus santos y señas, imágenes lanzadas como dardos por este sonoro alquimista. Tallados en piedra, al lado de su sepultura se lee: “Si vivimos en un relámpago él es el corazón de la eternidad”.

De modo que allí realicé el ritual de recordar su Palabra en archipiélago, la que va Por encima del viento, siempre instigando con Furor y misterio, una incisiva pregunta: “La realidad sin la energía dislocadura de la poesía, ¿en qué queda?”.

Lleno de los Aromas cazadores de su poesía, me encaminé también a buscar la casa de su infancia, situada en ese pequeño pueblo de la Provenza, entre verdes paisajes y “luciérnagas en la hendidura del día”. Cuando en aquella búsqueda, emprendida con mis compañeros de ruta, estábamos bien desorientados, preguntamos en una librería sobre la existencia de su casa natal, su dueño, un librero viejo, como un ángel terrestre y cotidiano surgido de los poemas de Char, cerró su negocio y nos fue guiando desde su mágica orilla por las intrincadas calles. Cuando nos veía perdidos surgía de nuevo con su lámpara de luz hasta que dimos con la morada iniciática del poeta.

He aquí la casa donde transcurrió su niñez, casa sembrada entre árboles, alondras y con grandes ventanales. Imagino que en esos espacios nació la poesía, sí, pudo haber nacido la poesía en la mirada de este compilador de asombros. Su padre, Émile Char, industrial en la explotación del yeso, murió cuando el poeta tenía once años. Esta es la mansión familiar donde “la ventana y el parque, el platane y el tejado lanzaban cargas de abejas, desde el polen hasta el surco, desde el enjambre a la flor”, según la describe Char en su poema “Luto por los Névons”.

“Tenía yo diez años. El Sorgue me engastaba. El sol cantaba las horas sobre el reloj sosegado de las aguas. La despreocupación y el dolor habían empotrado al gallo en el tejado de las casas y se aguantaban juntos. Pero ¿qué rueda en el corazón del niño al acecho giraba con más fuerza, giraba más deprisa que la del molino en su incendio blanco?”, escribió el poeta desde su recuerdo.

Al día siguiente, en alguna de las altas casas de Céreste, encontramos la calle que lleva su nombre y una placa que con mis compañeros cómplices leímos en voz alta:

Dans cette maison a vécu le poéte René Char, alias Capitaine Alexandre, Chef Departemental de la S.A.P. dans la Résistance. Ses compagnons et lui menerént de Céreste, et dans les Alpes de Haute Provence, le combat pour la liberté contre l’opression fasciste et nazie. 1940-1944.

Es un homenaje al poeta que fue capitán de Maquis, responsable departamental de la Sección de Aterrizaje y Paracaidismo (SAP) en la resistencia contra la ocupación nazi. Alexandre fue su nombre y estandarte de batalla. En Céreste, donde llegó acompañado de su esposa Georgette, convaleciente de una septicemia, organizó las guerrillas de la resistencia que combatieron en la zona montañosa de Basses-Alpes. Desde esta ciudad peleó, escribió su poemario Hojas de Hypnos y derrotó a los invasores. De allí que otras placas en este pueblo fueron apareciendo en el camino, placas que hacen honor a la memoria de este poeta libertario, rebelde, solidario:




Amigo de Paul Éluard, a quien le envió su libro de poemas Arsenal, el cual, hechizado por aquella luminosa poética, lo lleva a París presentándole la tropa surrealista. En esa aventura participa de 1930 a 1934, cuando decide volver definitivamente a su río Sorgue, en su L’Isle-sur-la-Sorgue, a sus vientos, a su luz de infancia donde “apenas la punta de un sol brutal toca al día principiante”. Allí permaneció hasta su definitiva partida a los ochenta años el viernes 19 de febrero de 1988. Había nacido también un viernes 14 de junio de 1907, marcado por el destino, el azar o la casualidad poética.

Ahora ante su tumba me he situado con unos cuantos versos que guardo en mi memoria de este poeta siempre fiel a su palabra, que asumió la poesía como acción y pensamiento, rebelión y revelación, canto, belleza, ejercicio de la existencia, como destino.

Con su voz resonando en mi cuerpo, parto embriagado de ese “largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos” como lo pedía a sus diecisiete años Rimbaud, poeta admirado por Char; parto recordando estos versos que Char había escrito al poeta vidente: “¡Hiciste bien en marcharte, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, la malevolencia, la tontería de los poetas de París igual que al ronroneo de yerma abeja de tu familia ardenense algo loca. Hiciste bien al esparcirlos por los vientos de alta mar, echándolos bajo la navaja de la guillotina precoz”.

Con estos versos viajo hacia otros lares, bajo otras lunas, recordando su palabra de archipiélago y de abismo, de profundidad y altura.

Publicado en Letralia

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