De una calle de Praga a las ciudades del sur andino de Colombia
Mario Delgado Noguera
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El niño Jesús de Praga en la Iglesia de nuestra Señora de la Victoria en Praga |
Por casualidad llegamos a la iglesia donde se venera al Niño Jesús de Praga. Un viaje rápido desde Berlín a una de las ciudades más famosas de Europa. Tres horas en bus. Pensaba en lo que sabía en las artes de la República Checa: Milan Kundera y la contradicción entre la levedad y el peso en nuestra existencia, el médico Tomás que es protagonista de su más famosa novela; recordaba a Kafka y lo poco que lo he leído, a Jan Neruda el poeta checo del cual el nóbel chileno tomó su pseudónimo y que encontré su nombre en una de las calles, a Dvorak y su Sinfonía del Nuevo Mundo…pero como la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria estaba cerca del hotel y allí estaba el Niño Jesús de Praga, nos preguntamos el porqué de esa afanosa devoción en nuestra familia. En sus visitas turísticas a Praga buscaban la iglesia en calles como esa, Malá Strana, llenas de historia, adoquinadas en piedra por donde han marchado ejércitos protestantes y católicos, procesiones, ejércitos de la Segunda Guerra, la protesta contra los tanques soviéticos. Allí, en la iglesia barroca, está a un lado del dorado altar mayor la pequeña estatua del Niño Jesús de Praga, vestido de rey, con corona de oro; ricamente vestido sostiene el mundo en una mano y tiene una expresión serena al lado de decenas de placas en varios idiomas que agradecen los favores recibidos al estilo de Las Lajas o el Milagroso de Buga.
Según Radio Praga Internacional, la imagen original del Niño Jesús tiene su origen en España, donde fue fabricada en el siglo XVI. Pertenecía a la aristócrata María Manrique de Lara y Mendoza, quien la recibió como regalo de bodas antes de trasladarse a Bohemia por su matrimonio con Vratislav de Pernštejn. Esta figura se transmitía por tradición familiar de madre a hija hasta llegar a Polyxena de Lobkowicz, quien, al no tener descendencia femenina, donó la imagen a la Orden de los Carmelitas Descalzos en Praga.
El templo, originalmente luterano, fue confiscado y entregado a los Carmelitas, que alzaron su monasterio al lado. En 1784, bajo el reinado del emperador José II, los monjes fueron expulsados, el convento convertido en oficinas del Estado, la iglesia asignada a la Orden de Malta. Casi dos siglos después, tras la Revolución de Terciopelo de 1989, los carmelitas regresaron para restaurarla y devolverla a la iglesia, ya que se restituía la libertad de culto y la asociación religiosa.
Hoy, peregrinos de todo el mundo van a esa iglesia a ver al Niño Jesús. El eco de esta imagen no quedó en Europa. La expansión de esta devoción a América Latina ocurrió gracias a las redes eclesiásticas y comerciales del Imperio Español y la Orden de los Carmelitas Descalzos. En Colombia, la ciudad de Pasto —conocida por su fuerte tradición católica y su arraigada religiosidad popular— recibió esta imagen como parte de sus expresiones sin que se conozca la fecha exacta de llegada y tiene su culto en la iglesia de san Felipe Neri. En Popayán tiene un templo con misas tradicionales. Según la nota de la misma emisora, el significado espiritual de la imagen también evolucionó. Para los fieles, el Niño Jesús de Praga simboliza la fragilidad de Dios encarnado, en contraposición con las representaciones severas o justicieras de la divinidad. Es la expresión de un Dios cercano, amable, en forma de niño, al alcance de los fieles comunes.
En esos lugares de Colombia el Niño de Praga ya no es europeo. Es pastuso, es popayanejo. Lo ponen en altares caseros, lo visten, rodeado de veladoras y flores y se le piden milagros. Esta imagen y su devoción, ilustran un fenómeno recurrente en la historia religiosa de América Latina: la apropiación creativa de símbolos europeos para satisfacer necesidades espirituales locales y familiares que, en un sincretismo religioso, se mezclan con las tradiciones indígenas y africanas.
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