Edgar Negret. Metal inmortal

 




Es cierto que se pueden hacer grandes obras literarias desde los lugares menos recomendables para la creación. Cervantes desde sus encierros, desde la cárcel, sea en Argel o en España, cabalgaba con el Quijote por los áridos campos de Castilla. Sin embargo, si el medio es propicio, tanto mejor, no es sensato pensar que el desierto sea el lugar ideal para escribir o pintar.

Popayán, la de otros tiempos y aun la de hoy, es tierra fértil para la creación. Sus acogedoras calles, el clima benigno, su verano, la calidez de sus habitantes propician que el espíritu se entregue a la creatividad, al arte.

Estas ventajas, además de sus arcas y sus extensos fundos le permitieron al poeta Guillermo Valencia crear su obra poética, la que contrario a lo que dijera García Márquez es valiosa, constituye u impulso notable a las letras del país. Josefina, y otras bellas damas, algunas no tan damas, lo inspiraron; los atardeceres únicos e inolvidables lo conmovieron, la suave brisa que baja del Purace le dio aliento.

Pero el ejemplo de Valencia donde más tuvo simiente fue en su parte más sórdida, en la pasión por el poder político y en el desdén por la cultura ancestral. Resultado: un ejército de politiqueros que sin haberlo leído practican a diario el verso inicial del poema de don Francisco Quevedo: “Madre yo al oro me humillo”. Puede tener origen esta pasión insana en el síndrome de Mascachochas, apodo con que se conoció al general Tomás Cipriano de Mosquera, payanés culto y progresista, quien fuera cuatro veces presidente y ya anciano intrigó para ser alcalde de la pequeña población de Coconuco, cargo último de su larga trayectoria política.

En la otra orilla y en comparación, pocos poetas, pocos artistas. Se objetará que el número, en este caso, no puede suplir la calidad, pero cuando las distancias son abrumadoras, el interrogante sobre las afinidades electivas no es temerario.

Pero Popayán no ha dejado de alumbrar los caminos del espíritu y allí están sus escritores. Fernando Solarte Lindo, Víctor Paz, Felipe Solarte, Juan Cárdenas son sólo una parcial mención de ellos, y allí están sus fotógrafos, los músicos del Conservatorio, los pintores y escultores. De allá de las tierras de Pubén para alcanzar la universalidad surge Edgar Negret.





Flor Sanky, 1991.
41 x 30 x 30 cm

Edgar Negret continúa vivo en su obra escultórica, es uno de los escultores más importantes de Latinoamérica y no es exagerado afirmar que se encuentra entre los más sobresalientes en la escultura contemporánea universal.

En esta semana que termina pudimos ver una muestra de su escultura. Obras realizadas en hierro, láminas atornilladas, nombres sugerentes, color (“El gigante dormido”, que se lleva a cabo en Bogotá con el apoyo de Unfair, el MAMBO y la Bienal BOG25). Negret es creador de esculturas abstractas, salvo las iniciales en que hizo homenaje a poetas como Whitman.

Existe una significación del vocablo abstracto que puede llevar a equívocos, puesto que alude, siguiendo a Wittgenstein quien propugna para su significación determinar el uso del vocablo, a lo que es difuso, inalcanzable, inentendible, a lo frío y distante.

En realidad, nada más cercano que un concepto con el que trabajamos todos los días y nada más claro cuando está delimitado correctamente. Siendo así, la abstracción se presenta como una fiesta del pensamiento, y en él la realidad ha trascendido de la simple percepción y aparece enriquecida.

Ver las esculturas de Negret es una fiesta del pensamiento, como quiera que exige de él las asociaciones que la geometría, los colores, los planos, la búsqueda del espacio propician. Estas asociaciones surgen gracias a la memoria, no necesariamente son expresas y conscientes, por mediación de la lógica, y de la intuición.

Las esculturas del Negret son una fiesta de las fuertes emociones. Si se nos permite la comparación, un gol de Maradona, cuando Maradona atraviesa todo el campo y llega al gol, produce una intensa alegría. En nuestro caso cuando Negret consigue con una lámina de hierro, con tornillos, con los colores que vemos todos los días entregarnos un homenaje al mundo de hoy: ciudades con formidables puentes y grandes avenidas, rascacielos, trenes urbanos visibles y subterráneos, o cuando vuelve como nuestros antepasados a rendirle culto al sol o a luna, al maíz, - qué esplendidas esculturas- y lo hace con un lenguaje que se conecta no ya con el cerebro reptilineo, el de las emociones básicas, sino con el que incluye al lóbulo frontal, fruto de la más reciente evolución en el que están funciones mentales más complejas y lo hace con un gran dominio y conocimiento del arte y lo proyecta para que quede en la memoria, en el patrimonio de la humanidad, cuando así ocurre, no podemos menos que agradecer al maestro payanés por tanta generosidad, no podemos dejar de honrar su inteligencia y su arte. Los goles que en el arte metió Edgar Negret son imperecederos.

Vale soñar que vendrán tiempos en los que facetas del arte como la pintura, como la escultura sean tan importantes para cada cual tanto como lo es el pan diario, el pan del que no únicamente vive el hombre como bien lo dijera el poeta de Nazaret.

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Nota

De la entrevista a Álvaro Medina, sobre Negret en Instagram:

"Su lenguaje escultórico, de una originalidad indiscutible, logró unir en un solo gesto las creencias prehispánicas y el pensamiento contemporáneo, tejiendo un puente entre el pasado mítico de nuestras raíces y la fuerza universal del arte moderno.

Hoy, su legado se alza con más vigencia que nunca. Negret fue un artista que habló desde el alma americana, desde la espiritualidad del aluminio y el silencio de la geometría. Su obra no solo fue forma: fue una oración en movimiento, una síntesis del hombre y su cosmovisión."

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