El Club de los cínicos

 

Jaime Cárdenas




Cuando matan a Gaitán, la turba enceguecida, -tal fue el humillante calificativo que desde el gobierno de Ospina Pérez le impuso a la reacción del pueblo liberal bogotano ante la muerte violenta de su dirigente-, un grupo de manifestantes se dirigió a la sede donde se editaba el periódico conservador El Siglo y la incendió.  Pronto la edificación y lo que ella significaba para el imaginario colectivo de los liberales de esa época ardió en llamas. La policía, un sector de la policía, alcanzó a apoyar el levantamiento, pero faltó dirección y fue imposible llegar a Palacio donde el ejército y los francotiradores dispararon contra un pueblo indefenso, masacrándolo. Al día siguiente los cadáveres tirados en las calles del centro era el paisaje desolador del centro de la más antigua democracia de América.

Gustavo Petro


 
Tantos inviernos se han sucedido que la sangre se ha lavado y hoy la memoria del luctuoso suceso tiende a desdibujarse.  Al preguntar a las nuevas generaciones sobre “el bogotazo” uno de los más importantes levantamientos populares de la historia de Latinoamérica, su conocimiento es casi inexistente. En la vida de los pueblos, como en la vida individual, si los circuitos que guardan la memoria no se cuidan el alzhéimer termina llevando todo a esa extraña región del olvido.

A 75 años del asesinato de Gaitán constatamos que la oligarquía colombiana es la misma en su decisión de impedir que disminuyan sus grandes privilegios forjados sobre la base del sufrimiento de la gran mayoría. No quieren que caiga una hoja del frondoso árbol de su riqueza mal habida.  La semana que culmina arreció desde sus medios de comunicación en contra de las iniciativas que propugnan por modificar el estado de cosas que hace a Colombia uno de los países más desiguales, más peligrosos para la defensa del medio ambiente, más inequitativos. 

¡Qué cinismo, que prensa tan infame! Me recordaron a los sionistas, a los militares israelíes cuando entran a destruir las humildes viviendas de los palestinos: van a arrasar con todo, tierra arrasada, esa es la consigna. Porque la reforma a la salud, la proyección de una energía limpia que detenga el derrumbe de la civilización, el que  se dé un cambio en el manejo de los servicios públicos,  que se busque la rehabilitación de los delincuentes a través el trabajo,  que las pensiones se preserven, - sin tan siquiera tocar las altísimas de una minoría-, que nos abstengamos de incluirnos  en guerras ajenas, que se construyan un metro técnicamente y vías terciarias  por las juntas comunales,  que se tenga más control en los servicios públicos;  es decir todo lo que pueda ser un avance, si se quiere un tímido avance, fue bombardeado día y noche. 

No faltaron los supuestos programas de humor, Robledo, Claudia López, ni  Daniel Coronel, con su tono de cura, de quien no quiere la cosa y hunde el puñal, Coronel amplifica un audio de unos supuestos conspiradores dispuestos a todo frente a Petro, cuando él sabe que difundir un mensaje de esta tenor es una forma de promocionarlo; y con él toda la canalla de los que se autodenominan periodistas. El periodismo, esta noble profesión, este apasionante oficio de esta manera se demerita y a aquellos los envilece, aunque es evidente que en su cinismo ningún rescoldo de ética puede constatarse.

Surge el interrogante de hasta dónde hace mella la mentira. Directa o indirectamente cincuenta millones de colombianos saben de los crímenes y corrupción del sistema de salud, de las esperas, de la falta de atención, de la eterna demora de pagos de las EPS y la negligencia de los médicos, de un largo etcétera. Sin embargo, preguntamos si habrá quién cree todos estos infundios, si un ciudadano de la clase media, a medias y en medias, como dijo el mal poeta, creerá que la doctora Corcho va a destruir el sistema de salud, si ese habitante de la Colombia profunda que cuando se enferma un familiar tiene que improvisar una camilla y subirlo en una lancha y navegar por horas buscando un hospital, creerá que es el fin de la salud pública.

Emmanuel Kant quien sentó en la modernidad las bases del conocimiento consideraba que la comparación, la reflexión y la abstracción eran categorías que se daban a priori, que eran operaciones propias del entendimiento. Es decir, que todo individuo tiene a su alcance la lógica y puede discernir. Un siglo y medio después en su Alemania, en la Alemania de los grandes filósofos un oscuro militar, Joseph Goebbels nombrado por Hitler como jefe de propaganda del nazismo, manipuló la radio y la comunicación. Así lograron los nazis instrumentalizar a los alemanes y conducirlos a la muerte en el frío invierno de Rusia, que aceptaran el autoritarismo, el exterminio, el holocausto. Precisamente, Albert Speer, el arquitecto de Hitler, destacó como un signo particular de la dictadura nazi el empleo de la radio y de toda forma de comunicación para falsear la realidad e instrumentalizar a los ciudadanos. 

En nuestro caso, estas lecciones de la historia no pueden pasar desapercibidas. No tenemos medidores para verificar qué tanto incide en la mente del colombiano la mentira de los medios hegemónicos. Es posible que la capacidad del empleo de la lógica y la facultad de construir juicios se desplace y se llegue a la opinión que encierra la mentira. Albergamos la esperanza que la comunicación de las redes y el sentido común frenen la acometida de las élites.
 
Como quiera que sea, reiteramos la necesidad de crear espacios de discusión, de confrontación de ideas, de controversia. No añoramos tribunas de propaganda gubernamental y de inciensos. No. Propendemos por escenarios de argumentación, donde la lectura de la realidad tenga contradicción y refutación. No podemos temerle a la verdad ni a la equivocación, confiamos que en medio de la oscuridad el discernimiento tenga cabida. Por ello nos entusiasma el pensamiento de Habermas que considera viable que se llegue a  consensos  gracias a los actos del habla, al prodigio del  lenguaje, necesarios  ante la crisis del presente, para volver al legado de la Ilustración, de la razón, bajo otros parámetros contemporáneos, desde una nueva visión de la sociedad y la democracia.

Entretanto nos aprestamos para marchar el 14 de febrero. 

¡A la carga!

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