De la narración al storytelling, ¿por qué no se recuerdan las fiestas patrias o religiosas?

 

Mario Delgado-Noguera


En su reflexión sobre el mundo contemporáneo, el filósofo surcoreano de moda Byung-Chul Han ha señalado una transformación profunda en la manera como los seres humanos se relacionan con el tiempo, el lenguaje y la memoria. Uno de los conceptos centrales en esta transformación es la diferencia entre narración y storytelling. Aunque pueden parecer sinónimos, en la obra de Han marcan el paso de una concepción ontológica del tiempo a una lógica del consumo y la inmediatez.



En la Modernidad, la narración era el modo privilegiado de inscribir la experiencia individual y colectiva en el tiempo. Narrar no era simplemente contar algo, sino ordenar el pasado, dotarlo de sentido y proyectarlo hacia el futuro. La narración articulaba continuidad, identidad y comunidad. Por eso los calendarios cívicos y religiosos eran más que estructuras cronológicas: eran dispositivos narrativos. Fechas como el 20 de julio, el 7 de agosto, o las fiestas religiosas católicas de guardar, eran puntos nodales de una historia compartida. Funcionaban como condensadores de memoria, ritual y pertenencia. La gente incluso se vestía para la fiesta, o se compraba ropa nueva para el acontecimiento. 

En Colombia, por ejemplo, las fiestas patrióticas o religiosas se convirtieron en “puentes” festivos a partir de la Ley Emiliani, lo que favoreció el turismo y estimuló los viajes internos y sectores económicos de turismo. Sin embargo, esa reconfiguración borró progresivamente la carga simbólica de las fechas. El 6 de enero, fiesta de los Reyes Magos, o el 1º de noviembre, Día de Todos los Santos (Día de visitar a los muertos), pasaron a ser días genéricos de descanso laboral. Lo mismo ocurrió con las fechas patrias: el 20 de julio o el 7 de agosto se celebran en lugares como Boyacá o en desfiles militares pero generalmente pasan desconectados de sus raíces fundacionales. La comunidad, en lugar de reconocerse en la conmemoración, se limita a viajar, hacer deporte. Esta es una pérdida del sentido narrativo del tiempo. Como diría Han, el calendario ya no estructura una historia colectiva, sino que opera como un mosaico de días disponibles para el entretenimiento o el consumo.

En contraposición a la narración, Han habla de la expansión del storytelling como forma de comunicación dominante en la cultura digital, en lo que llama Modernidad tardía. A diferencia de la narración tradicional, que era lenta, densa y sostenida en el tiempo (en torno a una fogata, por ejemplo), el storytelling es breve, atractivo, de consumo inmediato. Está diseñado para producir impacto visual como el Instagram o el Tik Tok, viralidad, atención. No organiza el mundo, lo fragmenta en lo inmediato, lo convierte en un dato. No construye identidad, genera datos. En las plataformas, ya no se narra su vida, la editan, la monetizan, la convierten en contenido efímero.

El storytelling ya no tiene como propósito la memoria o la comprensión, sino la conexión superficial y el rendimiento algorítmico. Lo que se busca no es compartir una experiencia con sentido, sino captar la atención del otro durante unos segundos. Como señala Han esta lógica transforma la subjetividad: el sujeto ya no es narrador de su experiencia, sino productor de estímulos. Lo que antes era relato es ahora un flujo de información que el mercado digital captura, analiza y explota en el mercado. No se trata de narrar para comprendernos, sino de mostrarnos para gustar, para los like y ser vistos, y de paso generar ganancias para los dueños de las plataformas.

En este contexto, los dispositivos digitales no solo transforman la manera de comunicarnos, sino también nuestra relación con el tiempo. La inmediatez reemplaza la duración, como diría Kundera, la levedad al peso de nuestra existencia. La novedad constante reemplaza la memoria. El pasado se vuelve irrelevante, y el futuro se reduce a la próxima notificación. El storytelling no construye comunidad, sino publicaciones efímeras de consumo que producen adicciones, necesidades artificiales y una falsa sensación de pertenencia.

Recuperar la narración no implica volver al pasado, sino resistir a la disolución del tiempo, del sentido y del lazo social. Quizá, entonces, sea tiempo de recuperar la narración. No como nostalgia, sino como resistencia.


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