La emocracia global
Carlos Fajardo
Publicado en Le Monde Diplomatique, Edición Colombia, 9 Mayo 2012
"Detrás
de los actuales debates teóricos sobre nacionalismo, sobre identidad,
sobre política y fundamentalismo religioso, hay un tema oculto: la
pasión". La frase de Michael Walser nos ubica en el punto candente de
las actuales sensibilidades políticas, donde se organizan las ideologías
con base en la emoción pasional de los ciudadanos, gracias a los medios
y las lógicas del mercado. La pasión ideológica lo colma todo en el
neoconservadurismo actual. Contrario al procedimiento razonable y
democrático, que llega a la aceptación de acuerdos, "la pasión –nos dice
Walser– es siempre impulsiva, sin mediaciones: lo quiero todo o nada".
De esto al fascismo no hay distancia alguna. Sus resultados son los
dogmatismos, el terror, las persecuciones, las acusaciones, y, por ende,
paranoias y atrocidades. Por lo mismo, la emocracia pasional fomenta el
salvajismo de los muchos a favor de los pocos. Ante la ley de la
doctrina tiránica emocrática, se inclina una apasionada muchedumbre
vehemente. Es como si se hubiera alcanzado el estadio de un cogito
interruptus, suspendiendo todo pensamiento ante el gran ídolo. Pero
aclaremos: la pasión estética e imaginativa, como sabemos, ha edificado y
fundado las más grandes e inquietantes obras del espíritu. No es por
esta pasión plena de poesía que disparamos nuestra alarma sino por
aquella masiva y adoctrinada, la cual en un instante puede destrozar, en
forma sangrienta, las más poéticas obras.
El Roto en El Pais de España |
He aquí el resultado de lo llamado por nosotros Emocracia global:
una pasión ideológica, enajenada y obesa de certidumbres absolutas, lo
cual desafía cualquier sensatez, cualquier alteridad, cualquier respeto a
la diferencia. Sus consecuencias son predecibles: redes de informantes,
caza de brujas, odio combinado con fe y creencia. Las sensibilidades
contemporáneas globales son su mejor ejemplo. La emocracia ha permeado
toda la cultura, formando ciudadanos obedientes que dan un sí a la
destrucción de sus adversarios, un sí a su aniquilamiento y, lo peor,
votan por la guerra. Éstos, tal como nos lo ilustra Walser, "no son una
sangre tranquila sino que hierve; por eso son exagerados y apasionados,
ansiosos como están por derramar la sangre de sus enemigos [...] Y los
peores de ellos son los demagogos que se ponen a su cabeza, a los que no
se concibe como cínicos manipuladores o príncipes maquiavélicos sino
como hombres y mujeres que comparten plenamente las pasiones de las
personas a las que guían. Eso es lo que se quiere decir con 'energía
apasionada': los sentimientos son genuinos y por eso producen tanto
miedo".
Convencidos de haber actuado correctamente, estos ciudadanos se
muestran felices y triunfantes. Han estado demasiado tiempo bajo una
burbuja mercantil y mediática, creada y organizada por los dueños del
globo. Ya lo había diagnosticado Gilles Deleuze: hoy vivimos en
sociedades controladas a través del mercado y las máquinas informáticas,
las cuales crean nuevas formas de vigilancia. Escuchémosle: "El
departamento de ventas se ha convertido en el centro, en el 'alma', lo
que supone una de las noticias más terribles del mundo. Ahora, el
instrumento de control social es el marketing, y en él se forma la raza
descarada de nuestros dueños [...] El hombre ya no está encerrado sino
endeudado". Es, pues, la instalación efectiva de un despotismo
delicioso, alimento de la emocracia.
Control continuo y permanente sin que el implicado se queje. Tal es
nuestra actual cartografía mental y sensible; tal nuestro nuevo encierro
histórico. ¿Qué responsabilidad ética tiene el colectivo que apoya
todas estas manifestaciones de una emocracia masificada? Es obvio que
tales regímenes no pueden sobrevivir sin la complicidad de una
colectividad que apoye sus propuestas, a pesar de que conozcan los
horrores y los errores de sus gobernantes. He aquí una de las demandas
del autoritarismo en general: absorber a los individuos haciéndoles
perder su autonomía crítica. Sin escisiones ni rupturas, los ciudadanos
asumen "la Gran verdad" del régimen en rigor; es la mimesis entre lo
privado y lo público, una totalidad sin fisuras. Su misión es mesiánica,
un disparo al futuro de salvación. Para lograr tal teleología, en su
terrible agenda se lee la eliminación de cualquier opositor.
Totalitarismo en serio y en serie. Imposición de una colectividad
adoctrinada y efusiva, con el proyecto de establecer el pensamiento
único de un líder supremo situado por encima del Estado de Derecho y el
orden jurídico, con una fuerte estructura burocrática y corrupta.
Gracias al monopolio de los medios y de la economía de mercado, se
garantiza el triunfo y la permanencia de la emocracia globalitaria, como
también el rechazo a toda memoria histórica, la exaltación del culto a
la personalidad, la repugnancia hacia cualquier actitud dubitativa, el
aplauso a los rituales de un nacionalismo neoconservador retardatario.
Al decir de Hebert Gatto, "el totalitarismo contiene elementos que lo
aparentan con las viejas teocracias históricas. Pero no es una de ellas
sino una respuesta política secular, moderna, en un tiempo en que Dios
ha dejado de operar. Si el Ser Supremo, como autor o legitimador de la
moral, dejó de ser el centro de la escena, es necesario que surja un
sucedáneo que permita volver a aplicar sus pautas desde arriba, sin
necesidad de recurrir a la religión".
De esta manera se impone una moral unitaria, centralizada, homogénea,
donde toda contradicción, todo disentimiento, se vuelven delito. Bajo
este ambiente se incuban y florecen las pasiones ideológicas,
alimentadas por la propaganda y la publicidad, las cuales hechizan y
fascinan, seducen y ordenan obedecer al mandatario supremo. La
propaganda, entonces, cumple el papel de constructor de mundos
ficticios, asumidos por el ciudadano como reales. "Ganarse el corazón
del pueblo", proclamaba Josef Goebbels, el ministro de Instrucción
Popular y Propaganda del Nazismo. Ganarse la pasión, la emoción
guerrerista, masificada en red, a través de valores tradicionales,
religiosos y patrioteros. Ganarse el corazón del pueblo a través del
miedo a un inventado enemigo. Como tal, es una influencia
desproporcionada sobre las mentalidades. En ello se puede observar la
exaltación al dominante como modelo por seguir –e imitar–, la idolatría a
las fuerzas armadas y a su sentido heroico, la subordinación del
individuo a los principios del jefe, padre modelo protector a la vez que
autoritario. Es la imagen social de una cultura cerrada y provincial.
La premodernidad activa, gozando de buena salud.
Seducción, fascinación ante el espectáculo masivo del poder. Creación
de sensaciones que buscan generar en el individuo masificado la idea
del triunfo y de la importancia plena de su líder. ¿Cuáles son las
consecuencias políticas? La parálisis ideológica, la no acción frente al
horror de los sucesos. Es como entrar a la "peste del olvido"
macondiana, a una burbuja doctrinal. Parálisis mental, pues ya existe
alguien que piensa por todos; parálisis política, pues el gran líder
mesiánico ya actúa en ese campo a favor de sus subordinados, y parálisis
de opinión, autocensura desmedida, pues el gran sacerdote opina con
verdad y sapiencia sobre todos los asuntos con "una inteligencia
superior". Obediencia y silencio, ignorancia y colaboración. ¡Vayan
esperanzas!
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