Evocación del maestro Estanislao Zuleta
Cuando Fernando Dorado llamó para avisarme que el Rector había autorizado la presentación de William Ospina sobre "La vigencia del Pensamiento de Estanislao Zuleta en la Colombia actual", mi primera reacción fue de gozo pues tendría la oportunidad de compartir otra vez las ideas, el recuerdo y la presencia del viejo maestro. Así que casi sin darme cuenta acepté emocionado ser el presentador de este encuentro. Dura y exigente responsabilidad. Al mismo tiempo pensé: ¿Cómo presentar a un educador cuyas enseñanzas marcaron profunda huella en mi formación moral e intelectual?
Durante varios días estuve dándole vueltas al asunto: Busqué y consulté en Internet, releí algunos de los amados textos del maestro, recordé anécdotas de la universidad, y ante el acervo de información de fácil acceso para el interesado, decidí que la única manera de no llover sobre mojado era compartir con el auditorio una evocación del profesor Estanislao Zuleta, desde el recuerdo de un discípulo anónimo y agradecido.
La primera vez que vi a Estanislao Zuleta fue una lluviosa mañana de finales de octubre de 1.974. Ese día me había levantado muy temprano para ir a recibir mi primera clase de Economía Colombiana con el ya reconocido y respetado pensador. Llegué a la universidad antes de las 7 de la mañana y para mi sorpresa el salón ya estaba abarrotado de estudiantes que se disputaban un sitio en las ventanas y en el pasillo. Estanislao llegó enfundado en una gabardina empapada y como pudo se abrió paso hasta la tarima, y yo aproveché para ingresar tras él. Con parsimonia se quitó el abrigo, lo sacudió y lo colgó de un perchero en la pared. Se sentó detrás de una mesa desnuda, nos recorrió con su mirada penetrante y dijo: "Hoy discutiremos el problema de la ciencia." Inició entonces su famosa disertación sobre la fórmula kantiana: Pensar por sí mismo - Ponerse en el sitio del otro - Y ser consecuente.
Estanislao Zuleta tenía una hermosa y cultivada voz de barítono. Hablaba pausadamente pero con ritmo, y los periodos se sucedían como si estuviera leyendo un libreto conocido. Se lo oía pensar. Entonaba las frases y usaba los énfasis para darle mayor densidad al argumento. Embrujaba al auditorio con esa música y uno lo escuchaba como si de pronto fuera a descubrir una verdad nunca antes revelada. Era un maestro de la metáfora, y las imágenes se sucedían y llegaban precisas a coronar sus razonamientos. Nunca utilizaba palabras extrañas ni giros rebuscados, y cuando el argumento requería de un concepto, se preocupaba por desmenuzarlo y hacerlo comprensible. Era un educador nato y amaba enseñar a pensar.
El problema de la ciencia -empezó- es el problema de la búsqueda de la verdad, y la verdad no llega al mundo de repente, revelada y completa, tal como una gallina pone un huevo. (A Zuleta le encantaba iniciar su argumentación con una frase efectista que atrapaba inmediatamente la atención del auditorio). La verdad es un proceso, no hay verdades definitivas y eternas -insistía-, toda verdad es provisional e histórica y por eso mismo la ciencia es un proceso ininterrumpido de acercamiento a la verdad. Pero la ciencia es también un debate permanente entre distintas verdades, entre diferentes teorías e hipótesis; es un debate democrático entre diversos actores que razonan, que argumentan y que pueden demostrar su verdad. Eso es lo que quiere decir pensar por sí mismo, pensar con su propia cabeza -concluía-. Y la ciencia es un debate democrático porque se da entre iguales, con el mismo derecho a pensar y con el mismo deber de demostrar. A un superior se le obedece o se le implora, a un inferior se le ordena o se le impone, a un igual se le demuestra. En el debate de la ciencia no caben los criterios de autoridad que afirman su verdad porque así lo dijo Mahoma o porque así lo dijo Cristo o porque así lo dijo Marx. No, en el debate de la ciencia cada quien debe pensar por sí mismo, argumentar y demostrar. Así enseñaba Estanislao.
El problema de la ciencia -empezó- es el problema de la búsqueda de la verdad, y la verdad no llega al mundo de repente, revelada y completa, tal como una gallina pone un huevo. (A Zuleta le encantaba iniciar su argumentación con una frase efectista que atrapaba inmediatamente la atención del auditorio). La verdad es un proceso, no hay verdades definitivas y eternas -insistía-, toda verdad es provisional e histórica y por eso mismo la ciencia es un proceso ininterrumpido de acercamiento a la verdad. Pero la ciencia es también un debate permanente entre distintas verdades, entre diferentes teorías e hipótesis; es un debate democrático entre diversos actores que razonan, que argumentan y que pueden demostrar su verdad. Eso es lo que quiere decir pensar por sí mismo, pensar con su propia cabeza -concluía-. Y la ciencia es un debate democrático porque se da entre iguales, con el mismo derecho a pensar y con el mismo deber de demostrar. A un superior se le obedece o se le implora, a un inferior se le ordena o se le impone, a un igual se le demuestra. En el debate de la ciencia no caben los criterios de autoridad que afirman su verdad porque así lo dijo Mahoma o porque así lo dijo Cristo o porque así lo dijo Marx. No, en el debate de la ciencia cada quien debe pensar por sí mismo, argumentar y demostrar. Así enseñaba Estanislao.
El análisis de la segunda parte de la fórmula de Kant -ponerse en el sitio del otro-, fué una clase magistral de ética. Si en el pensar por sí mismo se reconoce la capacidad del individuo para acceder a la verdad, ahora se trata de reconocer al otro, de valorar sus argumentos y de aceptar sus conclusiones si son demostradas de manera racional. La ciencia es entonces un proceso social en el que intervienen múltiples actores que interactúan y se complementan. Ponerse en el sitio del otro quiere decir que mi contradictor puede tener la razón, y si es así yo lo acepto de buen grado pues antes yo estaba equivocado y ahora he descubierto una verdad. Pero en lo que más insistía el maestro era en ponerse en el lugar del otro distinto a mí: hay que ponerse en el lugar del campesino, del obrero, del negro, de la mujer, del homosexual, para poder comprender sus verdades y para conocer su mundo. Compendiaba así todo un tratado de humanismo y derechos humanos que ya nunca se borraría de la mente de sus alumnos.
Y actuar en consecuencia. La ciencia es la mejor herramienta para cambiar el mundo. Pero no hay que buscar la verdad por el simple prurito egoísta de saber, hay que saber para transformar el mundo y transformarse uno mismo. "Los filósofos se han dedicado hasta ahora a interpretar el mundo pero se trata es de cambiarlo", citaba. Y nos impulsaba a la acción. La verdad no se halla encerrada entre cuatro paredes, decía. Hay que salir a buscarla en el anchuroso torrente de la vida, y cuando se encuentre hay que enamorarla, hay que seducirla, y ponerla al servicio de la transformación del mundo y de la vida.
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