"¿Dónde vive Sandra Heredia?...vive en nuestro corazón"

 

Jaime Cárdenas


Uno de los que más ha celebrado la condena de Álvaro Uribe es La Momia. Se trata de un muchacho alegre y servicial, nacido y criado en Neiva quien acostumbraba a disfrazarse de momia siguiendo la ley del rebusque. A La Momia lo llamó un amigo de Soacha diciéndole que había buen trabajo, bien pagado. No demoró la Momia en salir para Soacha y tampoco demoró en aparecer con botas y con un camuflado que le quedaba bailando, acostado, muerto. Con tiros de fusil.  Ahora, en la eternidad celebra la condena, como lo hace aquí todo aquel que tiene  equilibrio emocional y valores, quien mínimamente ha cultivado su inteligencia, quien no se ha vendido a la cultura mafiosa enraizada en todos los ámbitos de la vida colombiana.


La jueza Sandra Heredia

Habrá que erigir un busto en Paloquemao en homenaje a la juez Sandra Heredia, cerca del de Pardo Leal, para recordarle a sus colegas, a los abogados en ejercicio de la profesión, a fiscales, en fin, a los operadores judiciales, que es posible no doblegarse ante el poder. Para recordarles que hacer justicia tiene un precio, que todo lo que vale la pena tiene un precio, y en este caso, ella, la juez 44, lo ha pagado con creces dejando una benéfica enseñanza que trascenderá a las nuevas generaciones. 

Ridícula la apelación del condenado Uribe Vélez. Qué pobreza en el empleo del lenguaje, y jurídicamente, como abogado, qué mediocre es Uribe, pone en entredicho a la Universidad de Medellín. Uribe no hizo una argumentación jurídica y las apelaciones son jurídicas, y no lo hizo porque no tiene la formación intelectual, porque no se ha consagrado al estudio del derecho. Sus expresiones en la apelación rayan con la bobería, como cuando explica el fallo por la influencia de lo que literalmente llama el neocomunismo, corriente política inexistente. Es que ni siquiera los miembros de los partidos comunistas del orbe hablan de comunismo, como quiera que el vocablo ha perdido su horizonte histórico. Pero Uribe acude a este tipo de sandeces, a hablar de una conspiración política en su contra, de Venezuela, de Cuba, ¿habrá alguien que crea que el castrochavismo fue el que lo condenó? Y claro, es fiel a su estilo camorrero, confunde la audiencia con un antro donde se arreglan las cuentas por las buenas o por las malas.

El fallo ha sido cosido con buena costura. Jurídicamente hablando es una fortaleza inexpugnable puesto que todas las pruebas se valoran siguiendo los derroteros jurisprudenciales, la objetividad, lo que su contenido indica. Y La pena se tasa siguiendo los parámetros que traza la dosimetría penal. Todo el compendio probatorio fue analizado bajo la luz de un sistema previsto para tal efecto. Por ello, afirmamos que es imposible que el fallo sea revertido, con la condición de que sea analizada la apelación desde la perspectiva legal. Si el tribunal de Bogotá echa para atrás la sentencia, la revoca, lo hará por virtud de factores exógenos, mediando presiones, intereses. Habrá que ver si los magistrados están dispuestos a asumir un papel tan vil. Seguramente lo pensarán dos veces porque sería una puñalada por la espalda a la justicia de la cual difícilmente podría recuperarse, máxime que apenas respira.

La sentencia es jurídica. La instancia política nada cuenta en su contenido. Absolutamente nada. Cuentan las pruebas y ellas condujeron a la condena. Por eso ha sido desafortunada la intervención de Petro como presidente. Al confrontar a Uribe busca sacar réditos electorales de un fallo en el cual no tiene ninguna influencia. Petro con Uribe se ha sentado varias veces y ha mantenido una distancia que puede traducirse como un pacto de no agresión mutua. La intervención de estos días cabría si Petro fuera senador o militante de su partido, pero no como presidente, quien entre otras cosas no ha dado un solo paso efectivo por replantear la estructura de la justicia permeada por el poder mafioso e ilegal, nada de fondo ha propuesto para sentar las bases de una nueva justicia. Debió asumir una actitud parca, limitándose a ratificar la vigencia del estado de derecho y la consecuente independencia judicial.

A la Procuraduría llegó Gregorio Eljach un jurista honesto y de alto vuelo intelectual. Estamos esperando que, como máximo guardián de la legalidad se pronuncie defendido la legalidad del fallo, el respeto para la juez que lo profiere. El silencio es contraproducente. Margarita Cabello dejó a la Procuraduría en tan baja estima que cualquiera podría decir que Colombia amaneció sin Procuraduría y nada pasaría, que se destine su monumental presupuesto para la salud o la educación dirían algunos. Tiene el actual procurador las virtudes para restituir la confianza del país en esta institución.

Entretanto, desde el más allá y desde el más acá se reconoce que se ha dado un paso importantísimo en defensa de la vigencia de la justicia. Nuevamente hay que recordar a Iván Cepeda. Volvimos a ver su intervención en el congreso cuando hizo el debate contra Uribe. Empezó señalando todas las licencias de vuelo que concedió Uribe a los mafiosos, algunas llegaban a favorecer al papá del condenado. Y fue siguiendo y ahondado con la fuerza de los documentos y las evidencias para concluir con claridad en la relación de Uribe con el paramilitarismo. Hay que apoyar a Cepeda, a su abogado, a las víctimas, y requerir a la justicia para que defina qué responsabilidad debe de atribuirse a Uribe en la formación del Bloque Metro, en las masacres del Aro y la Granja, en el desplazamiento forzado de miles de campesinos, en la muerte de defensores de derechos humanos, en el asesinato de testigos y de quienes fueran sus amigotes, y por supuesto, en el asesinato de La Momia y demás jóvenes de Soacha.

Entretanto el condenado, acosado por las pesadillas en las que los muertos, llorosos, sangrantes, descuartizados lo persiguen se despertará angustiado, y en su jaula de oro, como Lope de Aguirre, terminará desvariando, ordenando a fantasmas, hablando con Escobar con Popeye, con los Ochoa,  añorando los años dorados de la mafia en Medellín, pidiendo que se persiga, que se castigue, maldiciendo por no poder salir de su prisión.

Digamos finalmente que ya sabemos dónde vive Sandra Heredia. Vive en nuestro corazón, vive en la memoria de miles y miles de colombianos y colombianas que se resisten a aceptar el crimen y la ilegalidad como brújula del país y por el contrario consideran que es posible otro país, otra historia. En verdad, nos merecemos al menos un país desuribizado. Otro país.


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