Fray Agustín de la Coruña



Fray Agustín de la Coruña

Gonzalo Buenahora

Agencia de noticias Vieja Clío. Popayán, 1583  

Acogerse a sagrado” era un recurso que en el pasado tenían los perseguidos y maleantes que se introducían en lugares sacros para evitar ser detenidos por la justicia. El fuero eclesiástico prohíbe a las milicias y a las santas hermandades penetrar por la fuerza en templos e iglesias, que constituyen refugio de personajes de pelaje y comportamiento irregulares. Hay tres motivos que justifican el asilo en las iglesias: la clemencia para con quien requiere protección, la enmienda de los delincuentes por medio de penitencias públicas y la reverencia debida a los templos. 

Agustín de Hipona los expuso, así como San Isidoro de Sevilla. En el año 397 A.D. el emperador Arcadio reconoció su existencia. Por su parte Justiniano dictaminó en su Código que el asilo debía proteger a los oprimidos, mas no a los delincuentes. Así, no siempre se respeta el retraimiento, de acuerdo con el delito. Si se comete un asesinato alevoso, el refugio es completamente inválido.

Fray Agustín de la Coruña, agustino descalzo, segundo obispo de Popayán, oriundo de Coruña de los Condes, e hijo de Fernando Gormaz y Catalina de Velasco, cursó estudios de teología en la universidad de Salamanca y allí encontró a fray Toribio Mogrovejo (más adelante arzobispo de Lima) y a Ignacio de Loyola, fundador de la congregación jesuítica. Fray Agustín llegó a México en 1533, con otros religiosos de su comunidad y allí fue catedrático de prima y prior de varios conventos; en 1560 fue elegido provincial. Con este carácter se dirigió a España con el fin de abogar por la suerte de los indígenas, quienes eran objeto del abuso de soldados y encomenderos. Cuando se encontraba adelantando estas gestiones, se enteró de que había sido designado para regir la diócesis de Popayán, donde llegó a posesionarse en 1566. Ya en su sede episcopal, fray Agustín vivió siempre en la práctica de las virtudes más austeras, manteniéndose de limosnas todo el tiempo. Sufrió persecuciones constantes por parte de las autoridades, como la prisión y el destierro a los que fue sometido por defender a los indígenas del maltrato perpetrado por los encomenderos bajo el auspicio de los gobernadores Sancho García de Espinar y Álvaro de Mendoza. 

La agencia de noticias Vieja Clío se permite reseñar que los hechos se desarrollaron de la siguiente manera: al conocer Fray Agustín la animadversión del gobernador García de Espinar se encerró en el templo mayor durante la cuaresma de 1582 y prosiguió tanto con sus sermones como con las celebraciones conducentes a la Semana Santa de ese año. El gobernador, impedido como estaba de prender al prelado, que se había acogido “a sagrado”, resolvió dirigirse a la Audiencia de Quito, la que tras los insidiosos argumentos del encomendero envió al alguacil mayor Juan de Galarza, acompañado de seis soldados, para que procediera. Tanto García de Espinar como Galarza decidieron actuar el sábado antes de “la dominica in passione”, y Fray Agustín fue puesto prisionero, siendo despojado en el acto de la mitra y el báculo y de una estola sobre el roquete que llevaba como símbolos de su alta dignidad. El eclesiástico fue levantado en brazos, bajado por las gradas, transportado a la puerta de la iglesia y colocado en una litera pequeña portátil en la que se le llevó hasta las afueras de la ciudad, acompañado de un esclavo que tuvo la misión de acompañarlo hasta Quito. 

La Agencia de Noticias Vieja Clío supo de primera mano (pues una vez vuelto el esclavo a Popayán se permitió entrevistarlo) que, una vez llegados a la altura de Sachacoco, desde donde se observa la ciudad en todo su esplendor, Fray Agustín solicitó a su acompañante que le permitiera bajarse. El servidor accedió y observó con curiosidad que el sacerdote se despojaba de sus sandalias y las sacudía. Entonces inquirió cuál era la razón para proceder de tal modo. Asevera el asistente que el cautivo lo miró directo a los ojos y exclamó: 

- ¡Porque de Popayán, ni el polvo!

Con bastante posterioridad, la Agencia Vieja Clío pudo establecer con cierta dificultad que por suerte, a Fray Agustín le fue restituida su diócesis y en Popayán fue gestor de obras de beneficencia como el apoyo a la instrucción pública y la erección del monasterio de monjas de La Encarnación, primer centro de enseñanza para la mujer en Colombia. A esta fundación donó todos sus bienes y prebendas. 

Muerto en 1589, sus restos fueron inhumados, primero en la catedral “de teja”, y en 1786 trasladados a la iglesia de La Encarnación donde reposan todavía. En el acta de traslado se consigna que, abierto el sepulcro para sacar los restos, se halló una caja de piedra y dentro de ella otra de plomo con esta inscripción: Señor Coruña. La caja contenía sólo polvo y algunos pedazos de los huesos más grandes. Esas pocas reliquias fueron reubicadas con solemnidad en el presbiterio de la iglesia del monasterio, donde se celebraron una vez más las honras fúnebres. El padre Jerónimo de Roa, religioso de San Camilo, tuvo a bien predicar la solemne y pomposa oración correspondiente a tan altísima y sacrosanta dignidad.

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