Borges


Borges


Nace en Buenos Aires en 1899 el poeta metafísico, el maestro lúcido y arbitrario a quien ofrendamos admiración. Miembro de una extraña sociedad secreta de sabios astrónomos, naturalistas, matemáticos, físicos y filólogos que exploran un planeta maravilloso y escéptico. Ese planeta que existe sólo porque alguien lo soñó. Al decir de M. R. Barnatan: 

Un mundo de sombras intemporales que desde su eternidad nos dictan sus ritos, nos señalan nuestros espacios, signan al hombre que es sólo un destello tímido de todos los hombres encarnados en una Gran Sombra. Dioses que escriben la historia del universo con su caligrafía secreta, hombres que viven porque son los únicos espectadores de un suceso, sombras que copian el legado de otras sombras, elementos que se articulan minuciosamente para formar esa mitología de las tinieblas que Jorge Luis Borges ha construido, paciente, desde el instante en que perpetró sus primeras líneas hasta sus últimos poemas y narraciones.

Un universo que el poeta identificó siempre como un laberinto: En cualquier parte que se encuentre el hombre, está siempre en el centro de indescifrables reflejos, de inextricables correspondencias. Un laberinto creado por los hombres para ser descifrado por los hombres, que simboliza la conciencia del ser de nuestro tiempo, sus miedos, sus deseos, su impotencia y su desesperación. En su poesía podemos encontrar un mundo paralelo al real donde habita ese otro Borges, que no pertenece al tiempo histórico sino a la cosmogonía creada.



Borges nace en el seno de una vieja familia criolla, emparentada con una rama inglesa encarnada en la abuela paterna y posteriormente encuentra también una rama portuguesa en sus ancestros. Una familia que venera los trofeos de próceres que participaron en la independencia argentina y uruguaya, y que el poeta recordará en sus versos de El Hacedor y Luna de enfrente. Su padre, Jorge Guillermo Borges, un pacífico profesor de inglés, poeta romántico, hombre bondadoso, inteligente, discípulo de Spencer y a quien la ceguera lo obligaría a abandonar todo trabajo. Su madre, Leonor Acevedo, es fundamental en la vida del poeta; su hermana Norah, cómplice de sus aventuras.

El inglés fue el idioma de su infancia; creció frente a un amplio jardín, lejos del centro ruidoso de la ciudad. Es un niño hipersensible, poblado de peligros por los ruidos, las tormentosas noches, las oscuridades acechantes, los espejos, los tigres rayados, que se reflejarán en su poesía. La imagen que se refleja en un espejo, permite reconocer los rasgos esenciales de un rostro que lo diferencia de los demás rostros, una clave superficial pero identificable; el enigma late en el interior ignoto; extraña suerte de obscenidad de los espejos: Me pregunto qué azar de la fortuna/ hizo que yo temiera los espejos. Los espejos de Borges reflejan sectores alucinantes de su realidad. La premisa: La realidad es mi idea de la realidad, se nutre directamente en el pensamiento idealista de Schopenhauer, visión que desborda el limitado estuche de los espejos para inundar gran parte de su poesía y su prosa: Dios ha creado las noches que se arman/ De sueños y las formas de espejo/ Para que el hombre sienta que es reflejo/ Y vanidad. Por eso nos alarman/.

Los padres, temerosos de las enfermedades contagiosas, enviaron muy tarde a sus hijos a la escuela; preferían los servicios de una institutriz. Norah recuerda a su hermano siempre leyendo, tirado en el suelo boca abajo con un guardapolvo color crudo. El niño rehuía los trabajos manuales y todos los juegos de destreza, pero representaba con ella escenas tomadas de los libros: él era un príncipe y ella la reina. Borges recuerda a Norah como la incitadora de todos los juegos. Pero entre las tinieblas de sus temores y los laberintos de sus juegos pensaba en ser escritor: Yo siempre supe, de algún modo, que sería escritor.

 Ya desde la infancia, le fascinaba el tema de las sociedades secretas, presente en la obra borgeana de maneras tan distintas. Barnatan sostiene que en la finca de los Haedo fundará la enigmática sociedad de Las Tres Cruces, en compañía de Norah y su prima Ester Haedo. La primera logia borgeana, remedo infantil de las sociedades masónicas tan caras a la historia de la independencia americana, tenía como fin, defender a Jorge Luis de unos fantásticos enemigos que amenazaban su vida. El cuartel general de Las Tres Cruces, especie de recinto templario era un quiosco de madera pintado, rodeado de una galería, al que se accedía por medio de un puentecito de madera. Toda una arquitectura primitiva y laberíntica levantada para gloria del arcano. Los niños-miembros fundadores de la logia escribían sus mensajes cifrados, según una clave inventada por la presunta víctima.





La ciudad, Buenos Aires, la descubrirá más tarde. En ella las casas primordiales, primero la natal rodeada de batallas de sus antepasados guerreros, después, la definitoria de Palermo, que encerrará siempre su nostalgia. Es la que guarda el jardín  de los tigres y el molino, la casa de la calle Serrano, situada en la manzana donde Borges hace fundar Buenos Aires en el primer poema de Cuadernos San Martín, fundación primero mitológica y luego mítica de su ciudad: Prendieron unos ranchos trémulos en la costa/ durmieron extrañados. Dicen que el Riachuelo, / pero son embelecos fraguados en la Boca/ Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo. La originalidad del tema, fundar a su ciudad natal, no donde dice la historia, sino donde el poeta la vio nacer. La ciudad borgeana responde a una realidad intima, a una mitología privada.

Al llegar 1914 su padre pierde totalmente la vista y debe jubilarse. La familia decide viajar por Europa. El adolescente despreocupado no parece temer la presencia oblicua del abismo originado a sus pies; medita y confía a orillas del lago de Ginebra. Son cinco años lentos ginebrinos de estudio y lectura en un gran colegio calvinista. Allí descubre a Flaubert, Maupassant, Zola, Voltaire, Rimbaud y Verlaine y todo el simbolismo francés. Con Mallarme descubre el origen del culto a los libros: Un mundo existe para llegar a un libro.

En Ginebra morirá la abuela y la familia se traslada a Lugano en 1918. Una inagotable sed de saber anima al futuro escritor. Se dice que en Lugano se encierra en una habitación de un hotel con un diccionario inglés-alemán y traduce las poesías completas de Heine, para salir días más tarde dominando la ardua lengua de Goethe, traduciendo poco después el movimiento de avanzada alemán: el expresionismo y estudia la filosofía alemana. En Europa, la música, la poesía y la fantasía marcan la época del romanticismo, una floración de lo invisible, una búsqueda apasionada de la esencia, la naturaleza íntima, que provocará una reacción necesaria, la búsqueda de un mundo ideal que no existía, error trágico de los románticos alemanes que da lugar a un periodo realista a ultranza. Sin embargo los ángeles no habían muerto, con el auge expresionista renacen en Gustav Meyrink.

El joven Borges descifra una enciclopedia alemana como regalo de cumpleaños de sus padres. Más tarde lee Der Golem, de Meyrink; un libro expresionista  publicado en 1915, que iniciará su pasión por la leyenda del sabio rabino de Praga, Judá León, al que dedicará muchos años más tarde uno de sus más originales poemas: El Golem. Algunos apartes del poema dice: Y  hecho de consonantes y vocales, / Habrá un terrible Nombre, que la esencia/ Cifre de Dios y que la omnipotencia/ Guarde en letras y sílabas cabales/…Los artificios y el candor del hombre/ No tienen fin. Sabemos que hubo un día/ En que el pueblo de Dios buscaba el nombre/ En las vigilias de la judería/… Refiriéndose a El Golem dice  Borges: Los discípulos de Paracelso acometieron la creación  de un homúnculo por obra de la alquimia; los cabalistas, por obra del secreto nombre de Dios, pronunciado con sabia lentitud sobre una figura de barro. Este hijo de una palabra recibió el apodo de Golem, que vale por el polvo, que es la materia de que Adán fue creado. 

Quizá todo empezó con Spinoza o ante el solitario descubrimiento de Adán en las primeras páginas del Génesis. El origen es impreciso como el primer pasillo de la helada galería laberíntica, o el aleph primero y esencial dibujado por la temblorosa mano de un rabino. Borges no es judío, pero una extraña fuerza lo acerca a la mística judía a lo largo de toda su vida. Esta inclinación lo obliga a indagar su linaje, en la búsqueda de rastros judaicos que justifiquen esta inusitada devoción. Pero nada encuentra, tan solo la remota posibilidad de que los Borges o los Acevedo provengan de algún sefardita portugués. El mundo helénico y el hebreo son sus puntos de apoyo fundamentales para su heterodoxia: Dios es al hombre, como el poeta es al poema. 

El laberinto, tema recurrente de la mitología borgeana, convierte el motor de la razón en motor de la fantasía, porque el resultado es fruto del esfuerzo imaginativo, permanece regido desde las alturas por unas leyes infalibles y heladas, indiscutibles y eternas. El laberinto de Borges es un laberinto de luz y esto lo hace distinto de los demás: Las manos y el espejo de jacinto/ Que palidece en el confín del Ghetto/ Casi no existen para el hombre quieto/ Que está soñando un claro laberinto. Este poema, dedicado al filósofo sefardita Baruch Spinoza, cuya filosofía es fundamental en el pensamiento del poeta.

No sucede lo mismo con Kafka, hombre nacido en las entrañas de la cábala, la vieja judería de Praga, cuyo laberinto es de sombras del que se sabe condenado a no salir jamás. Kafka nos recuerda que los pasillos tienen una longitud infinita, la obsesión no tiene fin.

Los Borges viajan a España, país donde empezaba a estallar una nueva sensibilidad artística, que combatía por igual el oropel tardío del modernismo y el sencillismo extremado y rural de Antonio Machado y sus discípulos. El nuevo movimiento, pujante, entusiasta y confuso se llama el ultraísmo, y su gran inspirador, Rafael Cancinos-Asséns. A este encuentro inesperado iba Borges al cruzar la frontera.

Iconoclasta y confusa, la juventud poética española buscaba una ruptura absoluta con el pasado rubeniano, con el psicologismo de Juan Ramón Jiménez y con los versos de Valle Inclán. Proclamaban estruendosamente la muerte de una estética, el fin de una sensibilidad, pero tenían muy poco que ofrecer en su reemplazo. Buscaban alimento en las vanguardias extranjeras y en viajeros como Vicente Huidrobo. Otro viajero joven y entusiasta, Borges, recogía la semilla de Huidrobo y la exportaría más tarde a Buenos Aires. Sin embargo en su adultez  y en plena gloria, en la cima de una poderosa obra concluida, volvió contra sí mismo y rechazó ese pasado de ultraísmo de la España de su adolescencia. El cambio o el gran desengaño  ante la vanguardia española se tratan de explicar por su inclinación hacia las dudas y las perplejidades tanto estéticas como filosóficas, unido a un gusto por las lecturas clásicas que practicaba a los veinte años. El mismo Borges repitió: Creo que lo mejor será ignorar totalmente el ultraísmo. Se trata de un movimiento literario que tuvo su origen en España: se quería imitar a poetas del género de Reverdy. Se quería imitar a Apollinaire, al chileno Huidrobo. Quería reducir la poesía a la metáfora. No veo ninguna razón para suponer que la metáfora sea el único artificio literario posible. Y remató, como para no dejar dudas, relegando esta etapa a la prehistoria de una obra: El dieciocho fui a España. Allí colaboré en los comienzos del ultraísmo. El veintiuno regresé a la patria.

Al regresar a Argentina Borges escribe su libro Fervor de Buenos Aires retornando a las fuentes de la inspiración ciudadana y sus ansias renovadoras. Colabora en la revista Martín Fierro, fundada en 1924 e inspiradora del movimiento martinfierrista. Pero el movimiento que hereda la corriente creada por el poeta al regresar de España, se encuentra en las revistas Prisma y Proa, siendo estas la voz del ultraísmo argentino inspiradas por Borges, Eduardo González Lanuza y Norah Lange, entre otros.
Aparecido el libro, Borges vuelve a Europa. Esta vez a Londres, Paris, Madrid, Mallorca, y el sur de España (Sevilla y Granada). Los libros de poemas: Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín, componen una trilogía, en donde se concreta una misma atmosfera que los une. Publicados en los años 1924, 1925 y 1929, se encuentran poemas ligados a su ciudad natal y a gestas patrióticas de sus ascendientes. Publica en 1925 un libro de ensayos literarios, Inquisiciones, del que poco o nada se sabe  por no haberse reeditado por decisión del autor.

En 1930 Borges conoce a Adolfo Bioy Casares, quien será pronto su gran amigo y colaborador en su empresa literaria, junto a Silvina Ocampo, en la revista Sur. Por estos tiempos aparecen La historia universal de la infamia y El jardín de los senderos que se bifurcan. El poeta, en estos años, conoce las desdichas del amor relacionadas con una dama anglosajona a quien el poeta dedica un libro en inglés. Estos versos del Borges enamorado: Puedo darte mi soledad, mis tinieblas, el hambre de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con la incertidumbre, el peligro y la derrota. Pero la desdicha no solo llega por el camino del amor; en 1938 muere su padre, y a los treinta y nueve años, debe el poeta buscar su primer empleo remunerado, que será el de auxiliar en una biblioteca municipal. Padece de insomnio y su vista, como la del padre, comienza a empeorar. Ese mismo año, en la navidad, sufre un grave accidente que lo mantuvo en el límite entre la vida y la muerte. Más tarde lo operarán  y durante la larga convalecencia, empieza a escribir su primer relato fantástico Tlön Upbar Orbis, Tertius.




Borges presenta su libro El jardín de los senderos que se bifurcan, en 1941 al concurso del premio nacional de literatura, sin obtenerlo. Este es otorgado a un autor que hoy pertenece al olvido. El desagravio al poeta se completó con la concesión del Gran Premio de Honor de la sociedad argentina de escritores, otorgado en 1944. Los años más duros llegan para el escritor el 17 de octubre de 1945 cuando asume el poder el peronismo. Se le destituye indirectamente de su puesto de bibliotecario al transferirlo al de inspector de aves en venta en los mercados municipales. Borges, con humor, se declara incompetente para el nuevo cargo. No le queda más camino que iniciarse, venciendo su timidez, como conferencista para salir de sus apuros económicos. Los que asisten a sus conferencias reconocen la superioridad de ese hombre enigmático y lejano que tiene el don milagroso de asociarlo todo con todo.

Pero las horas amargas acabaron y el reconocimiento por fin llega a las puertas del escritor. La suerte vuelve, ya definitivamente; el país primero y luego el mundo reconoce lo que ya habían proclamado sus compañeros de letras argentinos y extranjeros, al maestro del idioma con una de las obras más altas dela literatura universal. Borges viaja por el mundo dando conferencias y recibiendo premios. Su influencia literaria se siente en sus contemporáneos como Sábato, Cortázar, Fuentes, Umberto Eco, entre otros.

En 1967 se publica El otro, el mismo; el más amplio libro de Borges, que se escribió lentamente durante los años de silencio. La vida y la obra del escritor es vinculante, cada poema está respaldado y no es un fruto gratuito. Borges deja de ser el escritor incomprendido y perseguido por un medio hostil para convertirse en el escritor por antonomasia, coronado por la gloria. Los honores públicos se suceden, pero el poeta se mantiene sin embargo impasible. Para su íntima convicción  todo sigue igual. Los títulos y galardones se multiplican, su obra se vuelve universal y es traducida a varios idiomas. Pero con la gloria llega la ceguera implacable. El azar le depara una mala jugada; no hay ya nada que ver, sólo adivinar las sombras que se acercan, se torna desde sus tinieblas y humildad, invisible. Desde las sombras, una misteriosa fuerza lo impulsa otra vez hacia la poesía. Los enigmas sellan un pacto de amistad con la vejez: De esta ciudad de libros hizo dueños/ A unos ojos sin luz, que solo pueden/ Leer en las bibliotecas de los sueños/ Los insensatos párrafos que ceden.

El poeta afronta las sombras con dignidad y hay en él resignación y agradecimiento. Las sombras confirman el pasado de luz, reafirman todo lo visto, respaldan los elementos definitivamente perdidos. Un universo de sombras puede sobrevivir gracias al recuerdo de la luz. El poeta como Adán expulsado del paraíso se conforma con la memoria de haber estado en él: Y sin embargo, es mucho haber amado, / Haber sido feliz, haber tocado/ El viviente jardín siquiera un día.


Finalmente, en el ocaso de sus días y enfermo de gravedad, fijó su residencia en 1986, en Ginebra, la ciudad a la que lo unía un profundo amor, donde falleció el 14 de junio del mismo año, a los 86 años.

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