Tierra en la lengua


Mario Delgado Noguera

La violencia y su recuerdo perenne  esta latente pero asalta al espectador con esporádicas y crueles presentaciones. El ciclo de la vida y la muerte está omnipresente, resaltado por la naturaleza del trópico, esta vez en los Llanos orientales colombianos. La película transcurre en el Casanare, con sus llanuras sin límites y atardeceres prodigiosos que hacen regodear a la cámara que circunnavega el paisaje. 

Hatos, morichales, garzas, ríos, arreboles oscuros y premonitorios en el cielo de los Llanos orientales.

Jairo Salcedo, Gabriel Mejía, Alma Rodríguez, los actores.

Al inicio de 'Tierra en la lengua', resuenan las palabras de la esposa muerta que relatan en un viejo video familiar, el maltrato por su marido. Sus cenizas son llevadas por sus nietos y su marido para ser enterradas o esparcidas, el camino de las cenizas señalan el zigzagueante guión de la cinta del boyacense (n.1980) Rubén Mendoza, que se ha presentado en la sección de Nuevos Horizontes del 55 Festival de Cine de Thessaloniki, en Grecia.


Malecón de Thessaloniki en 1917
El personaje principal es el viudo, un recio patriarca liberal de la vieja estirpe, secuestrado en tres ocasiones, con varias fincas en el Llano y dos nietos huérfanos con los que se encamina a su muerte que quiere que sea en una especie de eutanasia del trópico, pues a pesar de sus esfuerzos, su supuesto vigor y berraquera, ya está en la parte final de su vida. Digo eutanasia pues ha pedido a sus nietos que le quiten la vida ya que quiere morir por alguien de su propia estirpe. Es su deseo final. Y es ésta la brutal condición que les ha impuesto si quieren recibir la herencia que les permitirá vivir y acaso estudiar.

La película es un retrato del temperamento colombiano, una instantánea del cambio abrupto entre las generaciones que han vivido de manera directa o no, en la guerra entre los gobiernos y la guerrilla; y es al mismo tiempo un retrato móvil del trópico difícil donde nos ha tocado vivir. Los nietos, una generación quizás sin memoria, urbanos ( Ella hace yoga, el compone canciones, fuman bareta, alguna vez de pequeños han visitado las fincas), van conociendo la agitada vida del patriarca, la supuesta berraquera  de su machismo consumado, su crueldad, sus amores sin ternura y los hijos esparcidos en los Llanos, y deciden, en lugar de cumplir con sus deseos, mantenerlo con vida en la más apartada de las fincas, donde la Colombia profunda se descubre y se puede palpar con los recursos de la cámara al mostrar las sabanas, las borracheras, la muerte y la violencia que impregnan el paisaje y la vorágine del país. No se deja de pensar, al ver el filme, en José Eustacio Rivera.


La actuación de Jairo Salcedo en el papel del abuelo es destacable, una persona sin experiencia actoral pero que, con su contundencia física, resalta las características de un viejo liberal, un boyacense que hizo su fortuna en los Llanos y que ha querido mostrar, con éxito, el director Salcedo.

La forma de narrar es novedosa y la película es un trabajo colombiano para la memoria necesaria, un espejo para mirarnos y reconocernos sin disfraces ni postizos, una descarnada película necesaria para la catarsis que estamos haciendo en este proceso de paz.

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