Mama Coca de Anthony Henman



Mario Delgado Noguera


Una ocasión en Barcelona, pude ver una exposición de la cultura de Teotihuacán. Una exposición bien hecha que consistía en una serie de objetos que demostraban la sofisticación de una civilización que dejó huellas de largo aliento. Lo que me llevó a hacerme una serie de preguntas:


¿Por qué no me impresionaba la estética de las civilizaciones americanas como lo haría una exposición del impresionismo, por ejemplo? ¿Por qué esos objetos rituales y cotidianos de una cultura del mismo continente donde crecí y habito, eran extraños para mí? Cuando visité aquello que nos dejó la cultura agustiniana y cuando me recreé con las fotografías de sus esculturas, tuve la misma emoción. Sólo después de una experiencia con el cactus del San Pedro comprendí el águila y la serpiente de mis ensueños.


Nuestra formación quizá nos ha hecho ajenos a las formas de vida de los Andes que habitamos, hasta transformarnos en extraños en nuestro propio continente. Eduardo Galeano decía descarnadamente que 'para que ignoremos lo que podemos ser, –yo añadiría sentir–, se nos oculta y miente lo que fuimos'. Sin una memoria nos miramos en un espejo falso. Atrapados en un moldeamiento de interpretación impuesto, adoctrinados por una educación que busca legitimar el despojo de la conquista y el pensamiento peninsular, quizá hayan hecho un daño irreparable a muchas de nuestras miradas.


En cuanto a la formación médica en Colombia, se puede decir que en gran medida desconoce la cultura alimenticia y de la medicina tradicional del país. Recuerdo que las clases de antropología se dejaron de dar en el programa de Medicina de la Universidad del Cauca cuando inicié los estudios de medicina en 1974. No se retomaron nuevamente. El profesor de ese entonces era un antropólogo joven que estuvo pocos días con nosotros y dejó una tarea impensable en los colegios de donde salíamos a los diez y siete o dieciocho años: un mapa de Colombia donde teníamos que escribir los nombre de los grupos indígenas colombianos desde Nariño a la Guajira, del Chocó a la Amazonía. Aparte de aquella, no había iniciativas formales para mirar otras maneras de curación y medicinas de la población colombiana; más bien, el recelo y el dogmatismo eran unas constantes en la formación como médicos cuando se trataban las medicinas tradicionales y continuarían así, en menor grado, después de que la Constitución de 1991 reconoció la diversidad de nuestra población.

La primera vez que tomé la hoja de coca fue en forma de infusión en La Paz, Bolivia. Todos la recomendaban de esa manera como un remedio para el mal de altura. Luego, en una excursión de cuatro días por el camino del Inca en el Perú, que partía del valle del río Urubamba hasta la ciudad de Machu Pichu, las hojas frescas de la coca fueron el acompañante perenne para esa dura caminata; los guías de la excursión las ofrecían naturalmente todos los días.

El masticado de hoja coca es una práctica común entre los indígenas andinos, pero según las Naciones Unidas en “La maldita lista 1”, como lo dice el prólogo de Mama Coca, también es una actividad ilegal. Por lo tanto, se equipara y no se discrimina el masticado de la hoja de coca con su procesamiento hacia la cocaína.

La ilegalidad dictaminada e indiscriminada por el organismo internacional a la coca, hace de su cultivo una actividad extraordinariamente rentable, destructora de las instituciones, cultura, y una herramienta de dominación extranjera.

Estos recuerdos me llevan ahora, en este encuentro para el lanzamiento de la reedición del libro Mama Coca del profesor Anthony Henman por la Editorial Universidad del Cauca, a buscar como epidemiólogo, las soluciones en la literatura médica que la hoja de coca puede aportar desde su utilidad, como nutriente y en otras aplicaciones farmacológicas. De esta manera, busqué en PubMed, -el motor de búsqueda más popular, gratuito y de fácil a acceso que usamos los médicos-, las palabras claves entrecomilladas: “coca leaves” y ”cocaine”. Lo que encontré muestra el desinterés y quizá la estigmatización de la hoja de coca: Solo 81 registros para la hoja de coca; y en los últimos 5 años: 6!. Sin embargo, para cocaína hallé 41.293 registros. Aunque se tengan en cuenta las limitaciones de PubMed, este hallazgo deja ver un vacío, un desinterés, el trasfondo de la estigmatización del estudio de la hoja de coca.

No en vano, recordemos la propaganda oficial machacante entre 2002 y 2010 que repetía constantemente sobre el arbusto de la coca en la TV, como “la mata que mata”. Esta incipiente búsqueda sugiere que existen más investigaciones sobre la dependencia de la cocaína que sobre la hoja de coca y sus aplicaciones. La dificultad https://elpais.com/elpais/2019/10/24/ciencia/1571931530_020881.amp.html?ssm=TW_CM_MAT&__twitter_impression=trueen encontrar investigaciones en ese campo apunta al tabú relativo que rodea la planta, el tesoro de los Andes, y a la influencia de la propaganda oficial que aun persiste entre la comunidad científica.




                                                                                        Anthony Henman

La reedición del libro de Anthony Henman por la Editorial de la Universidad del Cauca, es un aporte a subsanar esa escasez en la literatura académica al menos en Colombia sobre la hoja de coca y su empleo tradicional. Un libro actual en el contexto adverso nacional (Recordemos el punto cuatro de los acuerdos del Teatro Colón) e internacional. El libro es una investigación y una vivencia que apunta a la cultura y la salud de los nasa y los pueblos que hacen uso tradicional de la planta desde hace miles de años. Sin embargo, sus enfoques históricos, políticos, sociales y económicos también enriquecen y arrojan luces a las discusiones sobre el uso de la hoja de coca.


El libro del profesor Henman, nos hace recordar que en 1912, expertos de nueve países, entre ellos Colombia, reunidos en Bolivia reivindicaron los usos medicinales, nutricionales y culturales de la hoja de coca, planta a la que se refirieron como "un elemento integrador de los pueblos andinos”. El documento final decía que: "Los usos nutricionales, medicinales y ceremoniales de la hoja de coca enriquecen las prácticas culturales de nuestros pueblos y hay que diferenciarlos de otros usos ilícitos que no son propios desde nuestra cultura". Las conclusiones también señalaban que hay que evitar que despojen a los pueblos andinos de la hoja de coca mediante su estigmatización y que sea apropiada para los negocios ilícitos. También se decidió que los saberes "originarios y tradicionales" sobre la planta sean complementados con investigaciones científicas.





Wade Davis, autor de "El río", propone en el prólogo de Mama Coca una relación mas igualitaria con las hojas de coca, una búsqueda de la paz con la mata de coca. El libro que presentamos hoy apunta en esa dirección.

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