Vuelvo al sur, siempre al sur



En la penumbra de la Chava y las cantinas cercanas del teatro Imperial de Pasto, en el bar de Piojó en Popayán, en los tangos cantados al amanecer con los paisas, entre ellos, Sangre maleva,  y en el teatro Valencia aprendimos algo del tango. En este escrito Jaime Cárdenas rememora los encuentros del grupo La Rueda con el tango ahora que se conmemora los 90 años de la muerte en Medellín de Carlos Gardel.


Jaime Cárdenas



Gardel iba saliendo de Medellín hace noventa años, infortunadamente el piloto del avión en que viajaba a Cali hace una maniobra equivocada y el avión se incendia. Muere Gardel, pero el mito Gardel comienza a acrecentarse con cada día que pasa, de ahí que ya es un lugar común decir que Gardel cada día canta mejor. Gardel el ícono del tango, ese sentimiento triste que se baila, diría Sábato.

Estamos en el año de 1.972. En un elegante y decadente salón de París se baila tango, los bailares son expertos en esos pases complicados y sensuales. Allí llegan los protagonistas de la película: Marlon Brando y Mary Schneider están viviendo una historia de amor desgarrada, marcada por la soledad, la muerte y el sexo. La película tiene por fondo musical el saxo melancólico del Gato Barbieri, el jazz conjugado con el desgarramiento de la existencia de los dos amantes, pero el director, elige que sea un tango el que termine la música de su film.

Años atrás el tango había llegado a París, se había paseado por el mundo, aun en el Japón se hizo tango. Había superado el estigma moral y social y ganó prestigio, como quiera que nació en los cabarets sombríos y peligrosos, en los bares, en lo boliches de los suburbios de Buenos Aires donde toda clase de personajes del bajo mundo iban a escuchar melodía. Pero fue también la música de los inmigrantes: italianos, polacos, franceses, japoneses, alemanes. Los alemanes, junto con sus dos camisas con que atravesaron los mares en barcos de segunda categoría trajeron un pequeño instrumento: el bandoneón, el que se convertiría en el centro del acompañamiento musical que va tener a ejecutores inigualables como Aníbal Troilo, Pichuco, o Astor Piazzolla quien lleva al tango a una renovación total introduciéndolo en la música clásica.

Para Ernesto Sábato el tango contribuye a construir la identidad argentina, el tango expresa su tristeza, la melancolía, el dolor que vive el inmigrante, el criollo vencido, el gaucho derrotado.

Cuando nos acercamos a los músicos que lo acompañaron encontramos talento, voces inigualables, talento en todos aquellos que interpretan el piano, el violín, las cuerdas y cuando reparamos en sus letras encontramos poesía, literatura, de ahí que Sábato afirme que el tango es un suburbio de la literatura y no haya dudado en resaltar Cambalache como un escrito literario de impugnación en contra de la sociedad actual, “que falta de respeto, que atropello a la razón, cualquiera es un señor, cualquier es un ladrón… que a nadie importa si naciste honrado”. Sur, de Homero Manzi, un poema a lo perdido, a lo que se fue, es extraordinario, un gran poema que se eterniza con el bandoneón de Troilo.

Hay que tener oído para las letras de desamor del tango, en ellas al contrario de ritmos actuales en los que la vulgaridad impera, el respeto, la gratitud constituyen la esencia del mensaje. Ahí están: Hasta siempre Amor, Quién tiene tu amor, con la orquesta típica de Alfredo de Angelis; Cortázar decía que Mano a mano, -que canta Gardel y en el que el lunfardo pone la nota-, es el tango más honesto.

En Popayán vimos el teatro Guillermo Valencia, generalmente centro de presentación de música clásica, repleto, atestado de malandros y no malandros, de gentes del Alfonso López en Popayán, de aquí y de allá aplaudir el tango. En Bogotá hemos visto a bailarines de tango, anónimos y jubilados, felices bailando tango con gran destreza. Y en un espacio perdido entre el ruido del centro todavía podemos escuchar buen tango, aún se puede oír a Gardel y pedirle que vuelva a cantar: Volver, Caminito, o El día que me quieras, esta hermosa canción inmortal que supo años después recrearla con su propio estilo Roberto Carlos, o darle su impronta Plácido Domingo pero que siempre será mejor con Gardel.

“Acaricia mi ensueño

el suave murmullo de tu suspirar,

¡cómo ríe la vida

si tus ojos negros me quieren mirar!

Y si es mío el amparo

de tu risa leve que es como un cantar,

ella aquieta mi herida,

¡todo, todo se olvida..!

La noche que me quieras

desde el azul del cielo,

las estrellas celosas

nos mirarán pasar

y un rayo misterioso

hará nido en tu pelo,

luciérnaga curiosa

que verá…¡que eres mi consuelo..!”

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