Todo está carísimo

 



Conocí a Antonio Caro (1950-2021) en Pasto, a finales de los 90. En esa época había efervescencia cultural en la ciudad del sur. El Área cultural del Banco de la República prestaba atención y apoyaba a los artistas, el movimiento teatral estaba en su apogeo con el montaje de una historia de Pasto, Rumipamba, una creación colectiva con la dirección de Juan Carlos Moyano. Antonio Caro pintaba las plantas de maíz en las paredes de los lotes de los barrios de la ciudad; la poesía, con Expedición al Sur de la poesía; las escuelas teatrales y hasta el cine, con el director ipialeño Ricardo Coral, movían la paleta cultural en el valle de Atriz.

Luego encontré a Caro en la Filbo 2019, conversamos un trecho caminando con sus zancadas largas de artista pedestre. Ha muerto en Bogotá a fines de marzo. Removiendo viejas revistas culturales de la época encontré esta reseña de Juan Gustavo Cobo en la última página de la Gaceta de Colcultura (1985-2002), que rescato para los lectores. Ese número de la revista estaba ilustrado por Antonio Caro. 





Juan Gustavo Cobo Borda en Gaceta de Colcultura Nº 27



Antonio Caro nació en Bogotá en 1950 y es uno de los pocos artistas jóvenes colombianos dotados de auténtico humor. Su primera aparición en público, en 1970 en el XXI Salón de Artistas Nacionales, se titulaba Cabeza de Lleras y consistía, según un comentarista "en une especie de pecera que se llenaba lentamente de agua. La cabeza del expresidente, modelada en sal, se deshacía hasta desaparecer mientras flotaban en el líquido cada vez más blancuzco, los anteojos". 

Esta irreverencia contra alguien que, según dicen, no goza de inalterable buen genio proseguirá, más lerdo, a varios niveles: contra los artistas excesivamente comercializados. Cero regala, en la Bienal de Artes Gráficas de Cali de 1971, 2.000 dibujos suyos, firmados. Contra los artistas ferozmente politizados, Caro presenta en 1972, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, una serie de tigres recortados en cartulina blanca, y colgados a diversas alturas, frente a una bandera en sede "china" roja cuya leyenda, en caracteres similares a los del alfabeto ruso, proclamaba a los cuatro vientos una de las más célebres consignas del Gran Timonel: "El imperialismo es un tigre de papel". 

Todo esto le ha acarreado a Caro sinsabores. y un rótulo infame: se le he calificado de artista conceptual. Pero el tedio infinito que emana de tal denominación no ha logrado disminuir, en ningún momento, lo sarcástico de su empeño. Así, en 1976, obtendrá una medalla en el XXVI Salón de Artes Visuales con un cuadro estricto. Sobre fondo blanco, unas letras rotas. Dichas letras, las mismas con que Coca-Cola anuncia su mágica bebida, servían a otro objetivo: decían. simplemente, Colombia. Como había sucedido en el I Salón Atenas, en 1975, cuando Caro, a través de 500 diapositivas, creó todo un mundo Marlboro, él despojaba a su crítica de cualquier teorización banal, y le dejaba allí, limpia y eficaz.. No se trataba de un discurso, sino de la validez de una imagen.




Él además ya estaba lejos de todas esas connotaciones deplorablemente sentimentales que caracterizan a nuestro arte político. Él no era patético, ni estaba conmovido. En 1972, en el Salón Independiente de la universidad Jorge Tadeo Lozano y acudiendo a la firma de Quintin Lame, el célebre caudillo indígena perseguido por el Maestro Guillermo Valencia, y los nombres de los estudiantes caídos en la lucha, se había limitado a constatar: Aquí no cabe el arte.

Pintaba en consecuencia, matas de trigo verde y mazorcas amarillas, sobre los muros de le Galería Belarca, y elaboraba afiches cuyo escueto texto decía: "En 1978 todo está muy Caro", como si le cifra no fuera susceptible de empeorar. todos los años, mientras que el nombre de su autor se hace cada día, más memorable. Es uno de los pocos artistas jóvenes colombianos que todavía nos hacen reír.







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