La derrota del pensamiento en la era Trump
Carlos Fajardo Fajardo
"La batalla de los humanismos filosóficos frente a la racionalidad productiva e instrumental parece desigual"
La derrota del pensamiento, parafraseando a Alain Finkielkraut, es el actual estado de la cultura, situación que se está viviendo en Estados Unidos bajo la era Trump. Son tiempos donde la reflexión crítico-analítica, la apuesta humanística social, ética, estética, la formación intelectual y la rigurosidad académica, luchan entre los mares poderosos de lo banal y lo mediocre. La batalla de los humanismos filosóficos contra la racionalidad productiva, calculadora y de rendimiento es desigual. Dicha racionalidad no trabaja con éticas ni con sentimientos; no es misión suya pensar desde las lógicas del arte y las sensibilidades poéticas; su visión se concentra en las lógicas de las competencias rentables, en un Homo Economicus llevado al extremo, a su máxima expresión de poder. Con ello se tecnifican cada vez más los dispositivos de control y disciplina a los sujetos, quienes, sumergidos en una burbuja de obediencia, engaño y mentiras, viven en un adoctrinamiento exquisito que se hace tolerable y que, incluso, perversamente se disfruta.
Bajo estas circunstancias, el pensamiento crítico-creador ha pasado a ser considerado innecesario, inútil, pura especulación, ensoñación, fantasía. A la sociedad del rendimiento, con sus controles y autocontroles, con sus dispositivos de sometimiento y técnicas de seducción, estas apuestas críticas no les interesan. La batalla de los humanismos filosóficos frente a la racionalidad productiva e instrumental parece desigual. Como consecuencia, casi todas las esferas de la cultura han caído en procesos triviales, cínicos, indiferentes, abrumados por “la sociedad del emprendimiento” que exige ser cada vez más eficaz, más eficiente, más hábil, competidor, “emprendedor”, utilitario.
La caída del pensamiento crítico y la puesta en su lugar de un “emocionalismo” trivial, facilista, mediocre, autoritario, excluyente y casi fundamentalista, es preocupante. Dicha “emocracia” intolerante ante lo diferente, es proclive a imponer un discurso unitario, victimizador, violento ante lo que se oponga a su credo. Se desplaza así a la alteridad analítica; se bloquea todo pensamiento disidente, lo sospechoso, la inclusión, lo diverso. A la actitud crítica, exigente, rigurosa, se le condena; aún más, se le caricaturiza como una acción pasada de moda, considerándola culpable de inducir al escepticismo y a la desconfianza, al “malestar cultural” de los jóvenes. Debatir, analizar, confrontar, criticar ideas, teorías, doctrinas, está castigado por una especie de tribunal de inquisición mediático, el cual ha impregnado todas las esferas cotidianas culturales y académicas.
En contravía al pensamiento analítico crítico-creativo, se ha impuesto una élite digital empresarial de última generación, sobre todo en la “nueva era” del presidente Trump, compuesta por los nerds tecnológicos multimillonarios, emprendedores, dueños del mundo digital y real, modelos a seguir en el espacio cibercultural de las redes, como son, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates. Triunfo del Silicon Valley y de la economía del conocimiento digital gracias a estos llamados “gurús tecnológicos”. Adiós al espíritu crítico ético humanista. Bienvenido el espíritu de la eficiencia, la competencia, las emocracias fascistas que veneran la masificación de la inteligencia artificial, las criptomonedas, el Bitcoin de “oro digital” en la administración de su protector e impulsor: Donald Trump.
Dichas condiciones, mundialmente impuestas, están teniendo efectos en las sensibilidades e imaginarios de las actuales generaciones. Las adicciones de los jóvenes a las redes digitales, al smartphone, con todo su sistema tecnológico cibercultural, han generado nuevos comportamientos socioculturales, políticos, especialmente en los nacidos desde mediados de la década del 90, del siglo pasado. La subjetividad se transforma. Emergen nuevos componentes y roles de poder y de organizaciones institucionales e individuales, como también nuevos regímenes de opinión, con una enorme carga de fake news, impactando en las determinaciones políticas. La carga ideológica es grande, se diría monstruosa. El humanismo sobrevive en una especie de paréntesis sufriendo los desajustes económicos neoliberales, las desigualdades, el desempleo, las privatizaciones, el consumismo, el cambio climático, las migraciones en masa. Bajo estas condiciones, el destierro del ser se ha ido acrecentando: teleadictos, iconoadictos, digitoadictos, infoadictos, caldos de cultivo para las transformaciones de las subjetividades. El imaginario autoritario es patético, el hechizo de ejercerlo es seductor y perverso. Por este motivo, una cierta emocracia digital se gerencia desde artefactos y dispositivos electrónicos que han ido modificando las conductas y sensibilidades. Todo sucede cuando nos conectamos a twitter –ahora X–, a WhatsApp, Instagram, Tik Tok, a Google, Apple, Facebook, Amazon, Uber… Digitalizados, vamos perdiendo contacto con la sociedad y la memoria política e histórica. Estos son algunos de los síntomas que se manifiestan en el capitalismo del emprendimiento empresarial controlado por el Big Data; del tiempo de la rentabilidad, la acumulación, el rendimiento, la competencia, el mercado y consumo.
Se vive, entonces, en una época donde el retiro de los supuestos básicos de la racionalidad ética moderna se hace cada vez más evidente: derrumbe del Estado de Derecho, con las consecuencias de la violación a toda normativa constitucional, a todo convenio y tratado internacional, de cualquier reglamentación democrática. Entramos al “orden” armado por los multimillonarios digitales, que arrasan las lógicas mínimas de los tratados sociales fomentados en la modernidad liberal.
Trump sintetiza dicha propuesta que se funde con el fascismo y con las mismas estrategias de Hitler al violar tratados y convenios de paz con los países que luego invadiría. “Estoy pronto a fírmalo todo, a suscribirlo todo (…) En lo que a mí concierne, soy capaz con toda buena fe, de firmar tratados hoy y romperlos fríamente mañana, si está en juego el futuro del pueblo alemán”, afirmaba Hitler.
Esta frase y las actuales condiciones geopolíticas no son pura coincidencia. “Estamos en un momento muy delicado, escribe el catedrático Juan Torres. Sería un error quedarnos solo con lo que vemos en primer plano, que son la guerra comercial, las amenazas, los insultos de Trump. No es un loco. Es un ignorante, un maleducado, un comerciante metido a político, pero está ejecutando la misma estrategia de Biden. De forma más grosera y bruta”.
En medio de todo este engranaje y pelea de tronos, se desacredita el trabajo de los científicos, de los investigadores sociales, el de los artistas y escritores. Se ridiculiza incluso la importancia de la discusión, del diálogo, la confrontación de diversas opiniones y la democracia deliberativa. Se impone, en cambio, un solipsismo mediocre de opiniones ligeras, inmediatas, fugaces, fáciles y desechables, lo que se conjuga con un cierto anti-intelectualismo vergonzoso y dominante que viaja por las redes digitales y en los medios hegemónicos. “Las universidades son el enemigo”, fue el título de un discurso pronunciado en el 2021 por el actual Vicepresidente de Estados Unidos James David Vance. También la administración Trump ha considerado enemigas palabras tales como género, mujer, homosexual…
Según la escritora Siri Hustvedt, “se ha filtrado a la prensa una lista de 199 palabras marcadas como sospechosas por el gobierno, entre ellas, negro, diverso, gay y mujer. Blanco, homogéneo, heterosexual y hombre no están incluidos. La purga sería cómica y absurda sino fuera por el miedo que inspira. Los científicos y académicos que aspiren a recibir subvenciones oficiales deben evitar estas palabras. También figuran en la lista mujer y género. Vigilar el lenguaje no es exclusivo del fascismo; es un mal endémico de los regímenes autoritarios”.
Es el caso de universidades como Harvard, Columbia, Cornell, Princeton o Northwestern, las cuales están siendo perseguidas por la administración Trump, cortándoles el presupuesto para sus programas de investigación y para becarios. Harvard, por ejemplo, está acusada por Trump de antisemita y amenazada de congelarle las subvenciones federales si no obedece a las exigencias del gobierno. “Entre las condiciones impuestas figuran disparates autoritarios como la fiscalización ideológica del profesorado, la obligación de delatar a estudiantes internacionales acusados de mala conducta y la imposición de un «supervisor externo» que garantizase la «diversidad de puntos de vista» en los departamentos académicos. La estrategia recuerda a regímenes donde las aulas se transforman en trincheras de propaganda. Pero esto no ocurre en Turquía o Hungría. Está pasando en Estados Unidos”.
Las apuestas neofascistas actuales proceden a desmontar todo lo que produzca ruptura y resistencia, disenso, organización colectiva a contracorriente, desvelamiento de los fake news, los juicios críticos a las políticas anti-educación y al desmonte de las universidades públicas. Por ende, los ultraconservadores están promoviendo, en Estados Unidos y en otros países, una bárbara y atroz política de prohibición de libros que a la ultraderecha les incomodan como son los de género, inclusión, LGTBQ+, eróticos, feministas y de crítica social, reviviendo así la antigua censura medieval del Index librorum prohibitorum (índice de libros prohibidos), promulgado y llevado a cabo a petición del Concilio de Trento por el Papa Pío IV en 1564, y sostenido en el transcurso de varios siglos. Controlar la producción y lectura de libros es, por supuesto, una acción de censura moralizante, política, fundamentalista y, esencialmente, fascista.
La cancelación sistemática de ideas opuestas a las estrategias económicas y políticas de Trump está ligada a la ideología ultraconservadora en uso, para la cual todo proyecto crítico y democrático debe ser arrasado. He allí la no garantía de espacios para la disertación, la confrontación, el espíritu controversial riguroso, ahora capturado por una élite digital empresarial multimillonaria de última hora.
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