Birimbao

 



Un instante en la historia de San Juan de Pasto

Jaime Cárdenas



En la historia del país, el momento más alto del desafío popular al poder oligárquico se dio en los primeros años de la década del 70. Es cierto que hubo un levantamiento a raíz del asesinato de Gaitán y recientemente otro, bajo el gobierno de Duque, sin embargo, ninguno alcanzó la proximidad de un triunfo popular como ocurrió en los 70.

En la referida oportunidad el movimiento estudiantil había sido el conector de un fuerte bloque politizado. En las universidades se respiraban los ecos de las protestas de las universidades europeas, del mayo francés, de las movilizaciones de los jóvenes universitarios en Estados Unidos en contra de la guerra de Vietnam. No lejos estaba ese terremoto que fue en su momento la revolución cubana, la muerte de Camilo Torres y concomitante con estos sucesos la presencia de la izquierda internacional, el maoísmo, el trotskismo, la influencia del partido comunista soviético, todos los cuales atravesaban el movimiento estudiantil.

Hablábamos de las conexiones. La red se ampliaba al movimiento campesino que reclamaba la tierra para quien la trabajaba, que se expresaba con fuertes sindicatos agrarios. Por su parte, el sindicalismo urbano tenía un ascenso indiscutible en Barrancabermeja y los sectores petroleros, con los obreros de las nacientes industrias, los de la construcción y otros renglones. Aquí y allá surgían los movimientos cívicos, el pueblo se organizaba. La guerrilla tenía presencia, pero no incidía en la dirección de este movimiento que pudo cambiar la faz de Colombia con otra revolución en nuestro continente. Difícil medir lo que habría venido. Se ha hablado de que los sindicatos traicionaron, que la división ideológica voló los puentes, que hubo demora en convocar la huelga, de la táctica y la estrategia.

Después vino una gran desbandada. La resistencia popular continuó pero sin la fuerza de ese momento excepcional. La represión por parte del establecimiento se agudizó, viéndose en el horizonte la llegada de los escuadrones de la muerte.

No se dio la revolución con mayúscula, pero se produjo una revolución cultural; se produjeron microrevoluciones, grandes cambios en la forma de ver la vida, el matrimonio, el sexo, la religión, la música.

En 1975 se suicidó Andrés Caicedo en Cali. En su novela, Qué Viva la Música, se narra el deslumbramiento que le produjo a la protagonista el encuentro con la música caribeña, con la salsa, con Richie Ray y Bobby Cruz. La Mona atravesó Cali, pasó del barrio rico donde vivía, a los barrios populares y allí encontró el son que la llevó al paraíso siempre eterno de la música.

El encuentro con la salsa sucedió también con los jóvenes que venían de las trincheras del movimiento estudiantil. Es así que aparece el Goce Pagano de Bogotá y otros nichos donde el Caribe se impone y se impuso sin mayor dificultad, acaso porque ya Cuba irradiaba su son de tiempo atrás, y estaba el prodigio de la cumbia, del clarinete Lucho Bermúdez, y también porque, lo decía Andrés Caicedo, Los Graduados no daban la talla.

De manera que, para hablar en los términos de la época, se dieron las condiciones, y ese nuevo son entró sin pedir permiso y la salsa, la que venía de New York y de Puerto Rico se afincó en nuestros lares y fue bálsamo y resistencia para esos jóvenes derrotados en el frente político, fue alegría, frente al mundo adulto que se veía venir gris y acartonado, tenebroso como en el cuento de Onetti, ese mundo que asediaba con el desempleo y con el puesto palanqueado con los que se despreció en las aulas.

Entonces llegó la salsa, compadre. ¡Qué gran música de despecho!


Casa donde estuvo situado Birimbao, en Pasto
Foto: Arturo Bolaños



En Pasto, a cien metros del DAS y a doscientos de la catedral, María Luisa y Maura, a la sazón dos mujeres jóvenes que venían de dar su pelea participando de las células maoístas y el movimiento universitario, abrieron el Birimbao. Fue esta una taberna enclavada en el viejo Pasto que funcionó en una casa pequeña de teja de barro y andenes gastados por el trajín de tantos pasos. Inauguraron la rumba, y la rumba se impuso. En su pequeño mundo sobre las viejas baldosas se bailó, en sus viejas mesas hubo palabra viva, allí tenían asiento los poetas al pie de una consigna escrita por uno de ellos: "poetas de todos los países uníos"; allí el son produjo el milagro de la coexistencia pacífica de quienes cariñosamente se llamaban entre sí moirosos, troskos y mamertos; allí se oyó a Silvio y a Pablo, a Miltiño, a Tito Rodríguez; allí, cuando la noche pastusa recorría el valle de Atriz, se escuchó la voz de Pete el Conde acompañado con esos cobres inolvidables, el mismo que le cantaba al guaguancó; allí en la taberna de Luisa y Maura, el Pete el Conde con voz mojada por el ron de las Antillas, dijo en el acorde mayor de la poesía:

“Aurora de rosa en amanecer

Nota melosa que gimió el violín

Así eres tú mujer, en mi corazón

Madero de nave que naufragó…”


Nos queda de esos días ya lejanos la memoria de la música, buenos recuerdos que han regresado con toda la fuerza de la nostalgia ahora que Luisa ha partido. Luisa, la valiente muchacha que escogió la rebeldía, que un día abrió la puerta del Birimbao para alegría de los compañeros que soñaron, que caminaron sin pedir permiso, de los amigos y amigas de esos buenos tiempos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Reseña histórica del cerro de las Tres Cruces de Popayán

Dos poemas de Enrique Buenaventura

De Federico García Lorca, un fragmento de Poeta en Nueva York

Los cafés de Popayán y de mis viajes